Spiga

Jurel tipo atún.

Cada vez que paseo por el mercado y miro las ofertas del día, no puedo dejar de añorar mi niñez ¿Cómo puede ser que el pescado llegue a ser más caro que la carne?. Al vacuno hay que cuidarlo, alimentarlo, faenarlo, congelarlo y transportarlo. Llenarlo de hormonas de crecimiento y lo último en alimentos transgénicos que supongo que algún día van a llegar hasta nosotros siguiendo la cadena alimenticia.


-Su abuelito comía mucha carne- Van a decir refiriéndose al bulto deforme desparramado entre cuatro camas de hospital, agrupadas en una sala especialmente habilitada para cuidar al enfermo, víctima de una extraña afección que lo hace crecer irrefrenablemente. La última cirugía programada tuvo que ser suspendida porque el ¿cómo podemos llamarlo? Im-paciente, no pudo ser sacado de la habitación donde ahora yace consciente de su encierro sabiendo que tendrán que echar abajo una sección del muro para poder sacarlo, o simplemente esperar, esperar el evidente desenlace fatal para sacarlo por partes que luego serán exhibidas en algún museo de cosas insólitas, entre el hombre que tenía dos penes y la mujer con tres tetas.

Pero el pescado está allí, sólo hay que salir a buscarlo, el mismo mar se ocupa del trabajo de alimentarlo y proveer las condiciones adecuadas para su normal desarrollo (a pesar del gran trabajo de las sociedades anónimas en sentido contrario), entonces ¿cómo puede ser más caro que la carne? Y la respuesta me llega como una visión que me ilumina el pensamiento pero al mismo tiempo llena de oscuridad el futuro de las especies pelágicas.


Hay que salir a buscarlo. ¡Eso es! Hay que salir a buscarlo y cada vez, cada vez se hace más difícil encontrarlo. Y todos los avances de la tecnología no sirven de nada en algunos casos, porque no se puede encontrar lo que ya no existe. Y las sondas, sonares y radares en nada nos benefician, porque las utilizan las grandes flotas que solo siguen los puntitos de luz de sus aparatos, tiran sus kilométricas redes allí donde sus máquinas se transforman en árboles de pascua y recogen todo lo que se encuentre a su paso, sin importar de que especie se trata, total, una vez arriba se puede separar y lo que no sirva ¡Lo que no sirva! Se devuelve al mar.

Machacados, aplastados y triturados, los rechazados, que pueden incluir a niños y madres embarazadas, con sus órganos internos destrozados por los bruscos cambios de presión, no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir, y el gesto, que podría ser visto como un acto de misericordia, en realidad no tiene nada de misericordioso, y es producto del afán de reservar el espacio de las bodegas para las especies que tengan mayor valor comercial, devolviendo al mar todo aquello que no se pueda vender fácilmente o no se pueda transformar en harina de pescado utilizada para alimentar a los cerdos del mundo, los de cuatro patas y a esa otra especie de cerdo que camina en dos patas y que se lucra de esta actividad que raya en lo criminal.


Y digo que la tecnología no nos beneficia, porque el pescado que llevamos a nuestra mesa es el que sacan los pescadores a pulso en las diferentes caletas de nuestra costa, no los buques fábrica. La tecnología más avanzada que utilizan son los motores fuera de borda de sus botes, el resto se basa en su habilidad y el conocimiento empírico adquirido durante años de ir y venir al ritmo de las mareas, tal como lo hicieran sus padres y abuelos.

Pero los peces se han vuelto esquivos y se hace difícil encontrarlos, algunos jamás volverán a ser vistos, esto provoca esta extraña paradoja en que el kilo de la cojinova light ¿de qué otra forma se pueden llamar los pescados que ahora no miden ni la mitad de lo que medían antes? Sea más caro que el kilo de posta en un país históricamente marítimo, pero con un futuro incierto si dejamos que los tiburones de fierro sigan depredando nuestro mar.


La sobreexplotación es una pesadilla tangible, yo sé que esta costa estaba llena de jureles inmensos porque los ví con mis propios ojos. Recuerdo con nostalgia a esos grandes pavos que pescábamos en el muelle abandonado de La Chilena, algunos eran tan grandes y pesados que no podían ser izados porque el anzuelo les rajaba la jeta y caían al agua, heridos sí, pero con muchas posibilidades de sobrevivir después de la traumática experiencia.

Ya nunca más el rucio va a llegar gritando a todo pulmón, anunciando que la anchoveta se estaba varando en alguna de las playas huyendo de la mancha de jureles que la seguía tan de cerca que a veces se varaban ellos mismos, quedando a expensas de otros depredadores oportunistas; nosotros.


Cuanta verdad hay en las historias del Coco Legrand cuando nos hace reir y meditar sobre nuestra idiosincracia y de las etiquetas de los tarros de conserva que dicen en grandes letras “Jurel tipo Atún”, o sea, no es Atún pero ¿Cómo lo hacen? ¿Maquillan a los jureles? ¿Los visten como atunes? Los espíritus inquietos y ávidos de respuestas pueden hacerse miles de preguntas en base a la curiosa y contradictoria expresión.

Pero sin duda, bastante mas curiosas son otras interrogantes ¿Qué jureles? ¿De dónde los sacan? ¿Porqué ya no lo venden en el mercado? Y la respuesta nos debería llenar de asombro, pero como estamos acostumbrados a estas situaciones, solo atinamos a reirnos cuando el Coco nos hace reflexionar al respecto y nos damos cuenta de que ya casi no hay jureles en nuestras costas, los grandes cardúmenes fueron exterminados hace varios años, los pocos que quedan han cambiado sus rutas migratorias, sufren enanismo y anorexia crónica posiblemente por la cantidad de mierda y deshechos industriales que arrojamos actualmente al mar (¡Grande Patache!) y si nos pusiéramos a reflexionar sobre el asunto podríamos ver lo retorcido de la mente del creador de la famosa etiqueta.


“Jurel tipo Atún” -Curioso-

Veamos: Primero nos dice que su producto se asemeja al atún, es del mismo tipo, claro, si nos ponemos a compararlos vamos a llegar a la conclusión de que ambos son peces y que viven en el mar, pasa. Pero, además parece que nos miente descaradamente, diciéndonos que es Jurel, ¿acaso tienen la posibilidad de viajar hacia el pasado para pescar al ahora escurridizo pez, en las cantidades necesarias para su proceso industrial?


Se encuentra mar adentro dicen ¿Cuántas millas mar adentro? ¿Cerca de Japón? Tirando para el lado de Perú podría ser. Pero si no es Atún -y dudo un poco que sea jurel- ¿Qué contienen los tarros que no se atreven a decir su nombre? Vaya uno a saberlo.

Otros dicen que volvió el jurel, las goletas lo están pescando de nuevo para hacer harina de pescado, pero parece que es de otra especie, una mucho, mucho más chica que la que yo conocía. Deben ser los tataratataranietos de la generación que frecuentaba esta zona hace 20 o 30 años. Según los investigadores, estos peces deben haber visto la película “El Tambor” y decidieron dejar de crecer al igual que su protagonista. Los brillantes empresarios pesqueros piensan que lo mejor es sacarlos ahora “antes de que se acaben de nuevo” y “antes que se acabe la veda; mejor” -Porque hay menos competencia me imagino-


Lo que si sé es que el contenido de los tarros que dicen “Jurel” en su etiqueta, no se podrá comparar nunca a lo que comía junto a mis amigos de infancia tantas veces en El Morro. Solo teníamos que llevar un poco de sal y fósforos, el pescado lo sacábamos nosotros mismos o algún conocido nos regalaba un jurel recién sacado.

Con la cantidad de madera, papeles y cartones que había en los alrededores, no teníamos problemas para hacer un buen fuego y cocinar nuestro pescado, le sacábamos las tripas, lo atravesábamos un palo y lo hacíamos girar sobre las llamas, un poco de sal y limón cuando podíamos. Resultado: Un festín digno de dioses como nosotros.


Todavía se me hace agua la boca al recordar estos eventos. De paso cooperábamos con la limpieza de la zona costera, incluso ayudamos gratuitamente en el desarme de alguna de las tantas pesqueras abandonadas cuando la madera se volvía escasa y teníamos que recurrir a la gentileza de sus viejas paredes.

Al pensar todo esto, no puedo imaginarme lo delicioso que debe ser el atún recién sacado del agua al hacer la comparación con el jurel, se lo comento a alguien más y este alguien me aclara que el atún al natural es bastante desabrido, no tiene nada que ver con el jurel, que no tiene gusto a nada y que por eso lo hacen conserva, para mejorarle el sabor y que el consumidor pueda disfrutarlo como corresponde ¿? Inmediatamente surge en mi diminuto pero inquieto cerebro una duda más que razonable:


¿Cuál será la materia prima principal que compone el contenido actual de los tarros de jurel en conserva, para que el proceso en lugar de mejorarle el sabor como al atún, lo empeore?.