Spiga

Volando alto (1a. Parte)

Preparación y despegue

Con toda seguridad fue Canito quien me informara a mediados de Julio de 2003, que el piloto peruano Max Barrera había envíado una invitación para 10 pilotos iquiqueños, con la intención de hacer unos vuelos de exhibición en Andahuaylas y Abancay en el vecino país, con motivo de las actividades en pro del turismo realizadas durante la semana de su fiesta nacional. La invitación se la había hecho llegar directamente a Frank y en primera instancia podía inscribirse cualquiera que estuviera en condiciones de volar, así que había un montón de interesados.
Posteriormente, por razones que desconozco, el asunto quedó en manos de la ACHVLZN y pasó lo que siempre sucede en estos casos. Al tratar de ordenar el asunto, lo primero que se les ocurrió fue descartar a cualquiera que no estuviera inscrito en la asociación, y enseguida, que sólo podrían ir los que estuvieran con sus cuotas al día. Las peleas y discusiones se pusieron a la orden del día. Al final, varios interesados que estaban en excelentes condiciones para volar fueron reemplazados por varios interesados en turistear por Cuzco, pero que no necesariamente estaban en las mejores condiciones para levantar el vuelo. No quedamos todos muy contentos, pero así se dieron las cosas. Al Canito no se le borraba la sonrisa de la cara ni con un combo, y me recriminaba:
-De que te quejai Suegro, si vai a viajar y a turistear gratis, con todo pagado- a lo que repliqué:
-Mira pendejo, en este mundo, “nada” es gratis, todo se paga, de una u otra forma- me miró con incredulidad y remató con un argumento final y definitivo:
-El Cuzco, Suegro. Machu-Pichu, el Valle de los Incas ¿Qué reclamai?.
El team final quedó compuesto por Frank como jefe de la expedición, Canito, Pelao, Xavier, Luis Olmos y su hija Carolina, el viejo Lulo y su “amigo” Hernán, Fidel que venía de Calama y éste servidor.
El viaje comenzó de forma extraña. Para empezar el chato Hernán ofreció un furgón para llevarnos a todos hasta Arica, por una módica suma que debíamos cancelar con anterioridad y que incluía el viaje de retorno Arica-Iquique. Lo más difícil fue conseguir que el viejo Lulo se subiera al furgón en compañia del chato Hernán y que se comprometiera a no sacarle la cresta durante la primera parte del viaje. Lo que sucediera en territorio internacional era cuento aparte. Por otro lado, las rencillas entre el Lulo y Hernán venían de bastante tiempo atrás y creo que nunca habían pasado a mayores. Existían algunos rumores de agresiones verbales y físicas pero nada concreto. Por cierto, la atmósfera dentro del furgón se podía cortar con un cuchillo.
El pobre Fidel fue la primera baja, ya que la policía internacional le impidió salir de Chile mientras no resolviera algún problemilla menor, del tipo que le pasa a la mayoría de los hombres separados cuando se atrasan un par de días en pagar la pensión alimenticia y la ex no tiene mucha paciencia, pero sí mucha rabia acumulada. Así que el parapente de Fidel comenzó su viaje sin su dueño y fue todo un incordio durante la primera etapa, pero lo asumimos de buen ánimo porque de más de algún apuro nos podría sacar más adelante.
El viaje transcurrió sin incidentes, salvo que llegamos con un poco de retraso al terminal de Tacna y tuvimos algunos problemas para meter los equipos de parapente en los compartimientos de carga del bus (después de pagar por el sobreequipaje evidentemente). Tras los abucheos del resto de los pasajeros que estaban medio cabreados, porque de alguna forma el Frank se las arregló por teléfono para que el bus nos esperara algo más de quince minutos, más el tiempo necesario para pesar las mochilas y el reacomodo de varios bultos para acomodar nuestros equipos, era muy comprensible.
Al poco rato de iniciar el viaje, a todos nos cambió el ánimo, porque la azafata del bus comenzó a distribuir cartones de bingo a todos los pasajeros, de manera que estuvimos un buen rato pasándola chancho y atesorando la secreta esperanza de ganarnos un bolso deportivo marca "Mike" donde guardar nuestros equipos de parapente.El trayecto hacia Cuzco contemplaba el paso por Puno, así que durante la noche casi nos congelamos porque el bus no tenía aire acondicionado y si nos movíamos un poco frotándonos las manos para calentarnos un poco comenzabamos a apunarnos. Yo debía ser el más feliz de todos porque el chato Hernán se me pegó como lapa y me brindó varias charlas gratuitas acerca de un montón de enfermedades de lo más variadas y los beneficios de andar siempre con algunos fármacos imprescindibles en un bolso de mano y cada quince minutos recurría a su bolso para sacar una pastilla para esto, unas gotitas para esto otro, o unas cápsulas por si acaso le producía alergia el almizclado olor proveniente de las axilas y otras perfumadas partes del resto de los pasajeros, que probablemente nunca ganarían ni siquiera un diploma por participar en un concurso de aseo personal.

En el terminal de Cuzo nos esperaba Max apoyado en un bastón y con una bota plástica en lugar del yeso habitual (un aterrizaje poco afortunado, comentó). Estaba muy bien acompañado por una de sus hijas que pesaba un poco más que un bidón de gas y al par de pendejos le empezaron a aflorar los colmillos enseguida. Deben haber sido cerca de las 7 de la mañana cuando nos acomodamos en tres taxis y nos fuimos con rumbo al centro de la ciudad, directo a unas oficinas que tenía el cuñado de Max, Gorky. Tuvimos que esperar un rato en la calle mientras aparecía el susodicho, para poder acomodar las mochilas adentro y asearnos un poco. Tras las presentaciones, tuvimos un poco de charla instrascendente antes de ir a tomar desayuno a un local cercano. Ocupamos parte de la mañana en pasear por la ciudad y visitar algunos hitos importantes con Gorky como guía turístico.




Más tarde se agregó un parapentista gringo, suizo o sueco, que se llamaba Ingo o algo muy parecido y que llegó de alguna manera a participar de la aventura junto a un par de parapentistas locales que no tuve el honor de conocer muy bien. Almorzamos frugalmente en otro local y nos miramos sorprendidos con Xavier cuando llegaron las bebidas Inca-Kola mientras las cervezas jugaban a las escondidas. Bueno, ya tendríamos ocasión más tarde, nos dijimos.
Después de almuerzo, subimos todos los pertrechos a un bus (micro) de pasajeros que hacía el recorrido hasta Andahuaylas. El paisaje era espectacular y mucho más hermoso de lo que hubiera imaginado, pero de alguna forma el chato Hernán se las arregló para sentarse conmigo nuevamente y quitarle algo de encanto. Luego de un par de horas, Pelao no aguantó más y decidió sacar una de sus cartas. En una breve parada del bus, compró una bebida cola (era bien oscura por lo menos), le extrajeron una buena cantidad de líquido y lo reemplazaron con su equivalente que provenía de una botella de Havana blanco que Pelao sacó de su mochila con un par de movimientos mágicos.
Comenzamos a circular la botella ante la alarma e indignación del chato Hernán que no podía creer lo que veían sus ojos y logramos sacarle un par de brindis al Max que empezaba a entrar al cuento, pero luego se acordó de su papel y le aconsejó a Pelao que guardara la botella para más tarde, sugiriéndole que ahorraran energías ya que quedaba mucho viaje por delante.
Y era cierto, a la micro le costaba una enormidad subir por las cuestas de un cerro, llegaba a la cima y luego comenzaba a bajar la hondonada. El chato Hernán ayudaba a frenar con los cachetes del culo, mientras miraba el precipicio por la ventana. Cuando llegábamos abajo, el ciclo comenzaba de nuevo. Estuvimos detenidos un largo rato a causa del accidente de un vehículo que tenía los frenos más malos que nuestro bus y había pasado de largo en una de las innumerables curvas de la carretera. No recuerdo cuantos cerros y hondonadas más, pasamos antes de llegar a Andahuaylas casi al anochecer. Menos mal que la botella siguió jugando a ser pelota de ping-pong y sedativo provisional.
Llegamos al hotel y comenzó una aspera discusión para ver quien se acomodaba con el chato Hernán, hasta que llegó Canito y le informó al Lulo que era el afortunado; lo habían tirado a suertes y al Lulo le tocaba hacerse cargo del bulto. El viejo lo miró con cara de no entender nada y empezó a argumentar una desesperada defensa, pero el Canito seguía implacable sin dar su brazo a torcer. El viejo se dio cuenta de que por ese lado no iba a conseguir nada y se fue directamente a reclamarle al Frank. Me imagino que el Frank se debe haber tomado un par de minutos para explicarle al viejo que probablemente era una broma de los pendejos, pero que para zanjar el asunto y evitar problemas, él, personalmente iba a resolver el asunto.
El viejo volvió con cara de asesino profesional, tipo comando táctico, buscando a Canito y el Frank apareció con su mejor sonrisa tratando de endosarle a alguien más el cacho. La mirada del Xavier se encontró con la mía y dijo:
-Nosotros ya estamos listos ¿Cierto?- recurriendo a mi apoyo.
-Cierto- dije yo- recordando el bolso de mano y mi adversión a todo tipo de remedios -ya lo habíamos conversado- agregué definitivo.
-Nosotros también- dijeron al unísono Pelao y Canito.
-Yo tengo que estar con mi hija- dijo salomónicamente Luis Olmos.
-Del Lulo ni hablar- reconoció Frank y estaba listo para asumir su carga en forma estoica hasta que se le ocurrió una idea brillante.
-¡El gringo no lo conoce!- y partió raudo a tratar de resolver el impasse.
Nos bañamos y nos aseamos un poco en un dos por tres, y al rato estábamos casi todos en una disco de Andahuaylas, listos para la guerra. Pero no había guerra, ni batallas, ni trifulcas o fuegos artificiales siquiera. La pista estaba casi vacía cuando llegamos, salvo un extraño personaje que bailaba solo en la pista, ataviado con una camisa blanca con vuelos. Pensé que podía ser un profe de salsa o algo por el estilo, hasta que lo escuché hablar y no me quedó ninguna duda: No era profe de baile, pero de seguro le bailaba a su profesor particuliar.
Los seres del sexo opuesto brillaban por su ausencia, aunque había un tipo en un rincón que estaba rodeado de todas las minas que habíamos visto, los pendejos llegaron con la mala noticia de que las minas estaban apadrinadas por el negro feo del rincón. “Acabronadas” pensé para mis adentros, de modo que nos pusimos a hacer lo que dictaban nuestros cánones morales de conducta y atacamos el bar.
Fuimos presentados con otros personajes bastante importantes, relacionados con el turismo de la región, incluyendo un gordo muy simpatico que administraba una empresa de canotaje, así que quedamos cordialmente invitados para participar de una bajada en canoa por los rápidos del río Apurímac, apenas aterrizáramos al día siguiente. Ya que era parte del programa.
Salí bastante chispeado de la disco, sin siquiera pensar en consecuencias negativas y me fui dede... dere... rede... chito para el hotel.
Mi angel de la guarda (cosecha del 63) me acompaño hasta mi destino y llegué sin incidentes, me dormí como angelito y no supe más hasta el otro día.
Tempranito por la mañana...
Las caras de espanto que me rodeaban (incluyendo la mía) casi me inducen a devolver el desayuno. Menos mal que el trámite duró menos que un Candy, porque el vehículo ya nos estaba esperando.
Partimos en otra micro, rumbo a Curahuasi, esta vez íbamos solos y teníamos todo el vehículo a nuestra disposición, así que el chato Hernán podía sentarse donde quisiera, pero casi todos se aseguraron y se sentaron con sus correspondientes mochilas de compañía como seguro.
Al llegar a la ciudad, faltaba la pura orquesta para esperarnos. Habían dispuesto hasta letreros alusivos al evento y el alcalde dirigía personalmente las actividades. Tras un rato largo mientras nos poníamos más y más nerviosos al ver como avanzaba la hora, acomodamos los equipos en un par de furgones y camionetas que nos llevarían al despegue.

El cerro al que nos dirigíamos debe haber tenido sus buenos 800 metros de elevación respecto del plano que estaba a algo así como 3400 msnm y formaba parte del gran Cañon del Apurímac. Grande fue la sorpresa cuando los vehículos se detuvieron al pie del cerro y ante nuestros ojos aparecieron unos peones con una recua de mulas y un par de caballos. Por lo menos no íbamos a tener que caminar. Hubiera sido el colmo que empezaramos a desmayarnos por efecto de la puna a mitad del cerro.
No había montura para todos así que los más viejos (Luis), enfermos (Hernán y Frank que tenía algún problema en la columna por un mal aterrizaje y que vestía una faja ortopédica como aditamento) y las damas (Carolina, la hija de Max y una prima de ésta última) se aseguraron primero, el resto íbamos a tener que turnarnos con las mulas que quedaran. Menos mal que no había mucha puna y que no estábamos tan mal físicamente gracias a nuestras constantes visitas a Palo Buque.

Lo más entretenido del serpenteante camino que bordeaba un precipicio de más de mil metros que formaba parte del Cañón fue el momento en que la montura de la mula en que iba Frank un poco más adelante mío y que era un poco más grande que un pony, se desplazó un par de grados. Frank trató de acomodarse al percibir la inclinación, pero a sus pies le faltaban un par de pulgadas para tocar el suelo y el peso de la mochila con el biplaza que cargaba en sus espaldas, provocó que la montura se inclinara un par de grados más y casi inmediatamente, un montón de grados más. Como resultado de esto, el Frank terminó con toda su larga humanidad en el suelo con la mochila como amortiguador y luego como un lastre que le impedía recuperar la vertical. Todo fue tan rápido que no alcancé a sacar la foto que hubiera salvado el viaje.
El mediodía había pasado hacía largo rato cuando logramos reunirnos todos en la zona destinada al despegue, que no se parecía mucho a lo que nos había descrito Max. El viejo Lulo siempre suspicaz le preguntó a boca de jarro a nuestro anfitrión:
-¿Y tú, has volado aquí Max?- así como no quiere la cosa.
-Claro, por supuesto. Si hasta tengo una zona despejada de arbustos- indicando un rectángulo donde se veía un poco de pasto más amarillento que el resto-
-¿A esta hora?- insistió el viejo.
-La verdad es que no, siempre trato de volar un poco más temprano- (un poco=bastante deducimos).
El resto escuchábamos y mascábamos nuestras dudas particulares. Lo cierto es que la zona era espectacular para hacer un despegue sin viento y antes de que empezaran a soltarse las térmicas del suelo. O sea, un pianito, pero varias horas antes.
Mire a Canito que había dejado de sonreir hace rato y le dije:
-Aquí es donde empezai a pagar el viaje pendejo- hizo una mueca, se encogió de hombro, le volvio la risa y dijó mientras se dirigía a preparar su equipo:
-Vamo' a volar viejo juato, a eso vinimos.
El viento era un poco más que una brisa, pero el problema es que no percibíamos una dirección definida. Cada uno trataba de encontrar el mejor lugar, pero estaba casi todo lleno de arbustos repletos de espinas, con excepción de la zona que había despejado Max, buscábamos algún indicio en el valle que nos indicara la dirección del viento, pero sin mangas de viento ni indicadores era bastante difícil, salvo por una columna de humo que se divisaba a lo lejos y que curiosamente parecía alejarse de nosotros adentrándose en el valle con una dirección bastante cargada hacia la derecha desde nuestra perspectiva.
El viejo Lulo improvisó unos indicadores con un par de banderas de los candidatos a senadores y diputados por la primera región que databan de las últimas elecciones y que curiosamente estaban en su mochila. El viejo acostumbraba a coleccionar las famosas banderas con propósitos más prácticos que su uso habitual; como indicadores de viento para cuando hacía instrucción en Palo Buque y en otras partes. A nadie sorprendió que los indicadores se volvieran un poco locos apuntando para cualquier parte. Los más desconfiados seguíamos sin abrir las mochilas y buscando algún sitio adecuado. Recorrí un poco la zona junto a Frank y casi me voy de espaldas cuando me asomé a la cara posterior del cerro. La impresionante vista del Cañon del Apurímac me llegó a dar vértigo. El gran río se veía diminuto como sepetecientos mil metros más abajo. De alguna manera habían logrado emplazar un mirador de concreto, con una barrera en forma de media luna que se veía bastante firme y que parecía colgar al borde del precipicio. Al acercarme cauteloso dando pasos cortitos para asegurarme de que el mirador era tan firme como parecía, me compadecí de los trabajadores que tuvieron que empotrar la estructura en la roca. Al aventurarme hasta la barrera misma me percaté del viento constante que me daba de frente en la cara y le comenté a Frank que ese era el sitio perfecto para despegar. El problema es que teníamos que volar hacia el lado contrario. Pero tal vez hubiera sido posible despegar desde allí para luego circundar el cerro, tomar un poco de altura antes para esquivar el inmenso rotor que debía formarse del otro lado. El problema hubiera sido recoger a los que no pudieran tomar altura, quien sabe cuantos kilómetros corriente abajo del río, si es que lograban aterrizar enteros en su ribera.
Cuando volvimos con el resto del grupo, se estaban haciendo apuestas acerca de si el chato Hernán lograba despegar o no. Una veintena de metros más abajo, en un sector del cerro que formaba un declive no demasiado pronunciado, pude ver al Hernán cuando abortaba un intento fallido de despegue, ya había levantado la vela y estaba comenzaba a avanzar cuando un lado de la vela colapso completamente, por la falta de presión en esa altura. El viejo Lulo ya nos había advertido más de una vez:

-Tengan cuidado cabros, que a esta altura hay muy poca presión porque el aire es menos denso que a nivel del mar.
Al lado de Hernán estaba Xavier con la vela de Fidel y totalmente equipado (cortavientos, casco y guantes) listo para seguirlo.
Despues de un par de intentos fallidos más, Hernán logró levantar la vela utilizando el despegue común cuando no hay viento, o sea, de frente, con los brazos totalmente extendidos hacia atrás, para darse el impulso inicial y luego plantar carrera, corrió como seis metros antes de poder despegarse del suelo. La vela hizo un movimiento pendular bastante pronunciado cuando el chato se acomodó en la silla demasiado pronto y casi se encuentra con la pared del cerro, pasó raspando un par de arbustos hasta que al fin comenzó a planear alejándose del cerro y sus peligros.
El chato sacó hasta aplausos de entre el montón de curiosos que nos habían acompañado hasta la cima. En menos de un minuto, Xavier estaba haciendo lo mismo aprovechando la calma del viento en ese momento. Seguimos su vuelo con la vista hasta que los vimos llegar al estadio, mientras escuchábamos los comentarios de Hernán por la radio. Xavier nos comentaba que abajo estaba la locura. Los habían recibido como héroes, pero que tuviéramos cuidado con la aproximación, porque la cancha no era muy grande y las velas planeaban más de la cuenta. Ahora me doy cuenta de que el Indio aterrizó con un poco de viento de cola.

Continuación...