Spiga

Hakuna Matata

Un par de años atrás, mientras celebrabábamos mi cumpleaños, tuve la alegría de estar acompañado por muy buenos amigos, entre ellos uno de los mejores amigos de mi hija mayor, Carlos Bartolo, un bicho raro más dentro de la gran amalgama que conforma mi colección entomológica personal.


Gordo, grandote, intelectualoide, grupiento, güeno pa’ la conversa y pa´ ponerle wendy también, más cinéfilo que bibliófilo, pero igual enganchamos a la primera y conversamos de todo un poco. Entre anécdotas, chistes, "puros cuentos", películas viejas, libros apolillados y harto tinto del bueno, pasamos un momento estupendo, pero al mismo tiempo fue una especie de acoplamiento generacional (en oposición a choque generacional). Posiblemente porque él se siente un poco más viejo de lo que es y yo... Bueno, yo siempre voy a ser joven, porque el que nace chicharra tiene que morir cantando, y si de cantar se trata, ningún problema, siempre tengo mi fiel guitarra bien afinada y si no, agarro la que esté mas a mano, y en el peor de los casos le hacemos al karaoke o a capella no más.


En fin, ese día, entramos en sincronía con el guatón y de repente se me puso serio, me miró de frente, alzó su vaso y de lo más profundo le nació el salud de sus ancestros y me dijó:


-¡Jallalla!


Casi me pilla con el vaso vacío y sin respuesta, pero atiné lo mejor que pude, alcé mi vaso y le dije con una gran sonrisa en mi cara:


-¡Hakuna Matata!


Se quedó paralojizado y se detuvo con el vaso a medio camino de su boca, me miró así como tasando mi índice de masa corporal, mi peso, más la ropa y los zapatos, tratando de calcular la fuerza necesaria para que el golpe no me lanzara muy lejos y me desnucara contra la pared del fondo. Después se lo pensó mejor, me atravesó con una mirada de rayos X para tratar de determinar si yo estaba tratando de insultarlo a él, a sus ascendientes, lo estaba agarrando pa´l hueveo o simplemente estaba haciendo un chiste sin mala intención. Menos mal que se acordó que yo era el papá de su mejor amiga y además el dueño de casa, trató de reconvenirme por mi actitud y seguimos tomando y ahí acabó el asunto.


Pero el asunto no terminó ahí. Coincidimos con Bartolo un par de veces más en otros encuentros vitivinícolas y nuevamente se dió el momento en que Carlitos se puso serio me miró de frente y alzando su vaso me dispara:


-¡Jallalla!


Levanto mi vaso con alegría y contesto:


-¡Hakuna Matata!


-¡Pero hueón!- me dice -¿no podís tomarte niuna huevá en serio?


-Pero si yo soy serio- le digo -pero estoy contento, tómate la huevá antes que se enfríe.


Me miró con compasión, sacudió la cabeza en señal de resignación y nos dispusimos a terminar la botella, antes de pasar a la siguiente y ahí terminó el asunto.


Pero el asunto tampoco terminó ahí. Volvimos a encontrarnos con Bartolo nuevamente con una nueva excusa para vaciar botellas. Me estaba esperando junto al resto de mi familia en mi casa, y apenas lleno mi primer vaso, el gordo levanta el suyo y me dispara:


-¡Jallalla!


-¡Hakuna Matata!- le digo yo alzando mi vaso.


Esta vez se sonríe, baja la cabeza renegando y dice como para sí:


-Este hueón no tiene caso.


Y matamos todo el vino, y después le tocó el turno a un Jhonny Walker etiqueta negra que estaba esperando su turno hace como tres años. Así no más, a lo mero macho; sin agua, sin bebida, sin hielo (la verdad es que no había nada más) entre risas y medianoche nos tomamos más de medio litro. Mas tarde lo fui a dejar a la casa y luego llegué a la mía retando a mi hija por dejarme salir en el auto en ese estado y no esconderme la llave. Afortunadamente no pasó nada malo aquella noche y finalmente el Carlos debe haber comprendido que nunca lo estuve agarrando pa´l hueveo.


Hakuna Matata es una expresión del idioma swahili que se traduce como "sin preocupaciones". Suele ser comparada comúnmente con la frase "carpe diem" del latín y se la considera la versión africana de la misma. Muy parecida a la versión inglesa "Don’t warry, be happy". La frase se hizo famosa mundialmente porque aparece en una alegre canción que cantaban Timón y Pumba, los amigos del Simba, el Rey León, en la película de monos animados, pero no es una invención de Disney.


Hakuna Matata tiene genes negroides como nosotros.
Hakuna Matata es buena onda.
Hakuna Matata es olvidar las preocupaciones.
Hakuna Matata es compartir en armonía.
Hakuna Matata es sentirse bien.
Hakuna Matata es estar entre amigos.
Hakuna Matata es brindar por la vida.
Hakuna Matata es disfrutar un buen momento.
Hakuna Matata es mejor que una bendición.
Hakuna Matata es de mí para tí, sin intermediarios.

¡Hakuna Matata! para todos mis buenos amigos y para todos aquellos que pasen por aquí.


Portada

Después de un par de horas de andar navegando en la red, encontré algunas imágenes mas o menos apropiadas, las "importé" y las jibaricé un poco para lograr algo que se acerca un poco a lo que tenía en mente... El arte gráfico definitivamente no es lo mío, pero la tecnología sí. Aquí están los resultados:


Acerca de la Teoría de la Revolución de las Especies

Después de varios años de intentar publicar mi ópera prima literaria, "La Teoría de la Revolución de las Especies" por los canales convencionales, participando en concursos y enviando borradores a editoriales y a personas de la confianza absoluta de algunos de mis amigos, me cansé de esperar y me he decidido a publicarlo mediante el servicio de impresión bajo demanda de Lulu (www.lulu.com) el proveedor mundial de impresión de libros por encargo con mayor crecimiento, de acuerdo a su propia autoreferencia.
He dedicado algunos fines de semana a revisar el borrador y hacer las típicas correcciones de última hora, entre ellas, escribir un Prólogo adecuado al contenido de esta obra, el resultado fue el siguiente:


"Este libro comenzó como un juego. Un pequeño artículo que no pretendía ser más que un ejercicio de escritura. El pequeño artículo estuvo archivado durante todos los años que me demoré en salir del laberinto en que me habían metido mis propias palabras y ahora conforma el capítulo 2 de ésta, mi primera novela. Los capítulos 3 al 9 fueron escritos posteriormente, con el mismo propósito que el primero; hacer algo de reflexión y un poco de divulgación pseudo científica sobre algunos temas que serán gravitantes en el futuro inmediato, y que tienen directa relación con los pilares que deberían sustentar firmemente a la Humanidad; Ciencia y Filosofía.

Al aventurarme en éste laberinto de ideas, he llegado a concluir que la Humanidad de nuestros días, prefiere descansar indolentemente sobre débiles pilotes; la Pseudo Ciencia y la Superstición, lo que resulta un poco gracioso al verlo bajo un prisma optimista y benevolente. Así que me impuse la idea de analizarlo desde un prisma un poco cínico e irreverente, algo brutal a veces, para remarcar las falsedades que nos envuelven y desvían nuestra atención hacia temas intrascendentes. Sin temor a recurrir a la caricatura fácil y grotesca, a la sátira hiriente, la mentira descarada, las provocaciones, la xenofobia, el machismo y las falsedades más elaboradas que pude discurrir para no dejarte indiferente".

La Boya

Solo en Iquique y en Valparaíso se celebra con tanta pompa y grandiosidad el 21 de Mayo, apostaría que si le preguntamos a la gente de otras ciudades que es lo que se celebra ese día, ni siquiera la mitad acertaría en la respuesta que acude automáticamente a mi cerebro: “El Combate Naval de Iquique”.
Y es que el 21 de Mayo es toda una institución para los iquiqueños. La preparación del evento comienza más de un mes antes en todos los colegios.
¡Quieeer!... dos... tres... cuatro...
¡Quieeer!... dos... tres... cuatro...
La voz marcial del director de la banda de guerra, que además era profesor de Inglés cuando no estaba dirigiendo ensayos de desfile, tenía la ingrata misión de poner orden las casi incontrolables y serpenteantes filas y solía llegar absolutamente desgastada al día del desfile.
¡Izquierdo!... ¡Izquierdo!... ¡Izquierdo, Derecho, Izquierdo!
Aún puedo recordar al profe de Educación Física, el chato Carreño, -sí ese mismo- hermano del conocido futbolista, mientras gritaba a todo pulmón, recordando sus días de conscripto tal vez y tratando de desquitarse con alguien por lo mal que lo debe haber pasado en su momento ya que probablemente era el más chico del batallón y víctima regular de los cabos que no alcanzaban a tomar desayuno.
¡Tomar distancia!... ¡De frente!... ¡Maaaar!
Y no faltaba el desubicado que intentaba ponerse “de frente al mar”, o aquellos otros que nunca sabían distinguir entre la derecha y la izquierda y más de algún arrítmico incapaz de seguir el paso aunque le pusieran el bombo en la oreja.
Horas y horas de ensayo en el patio del colegio o en las calles cercanas cuando el patio no era suficientemente grande. El exceso de celo de los organizadores nos hacía estar a las 8:00 de la mañana del día 20 en nuestros respectivos colegios y a las 9:00 en la ubicación asignada para escuchar -o tratar de escuchar- las diferentes alocuciones referidas al heroísmo de Arturo Prat y a la grandeza de marinos como Carlos Condell, el grumete Riquelme o el sargento Aldea. Los discursos parecían repetirse todos los años y parecían cada vez mas aburridos.
Cantar los mismos desabridos himnos de siempre con el inevitable desgano que produce el repetirlos una y otra vez, y luego esperar estoicamente bajo ese sol tan nuestro, durante largas horas el momento para desfilar frente a las autoridades de turno. Durante los discursos y la latosa espera, no faltaban los que se desmayaban producto del calor provocado por el sol que aparecía invariablemente todos los años, sin importarle que fuera invierno, para observar con curiosidad lo que hacíamos. Otros se desmayaban simplemente de fatiga por no tomar desayuno o para sacar la vuelta.
Pero, en honor a la verdad, no todos los himnos que cantábamos eran desabridos, el himno a Iquique es un caso especial de inspiración musical y poética, bastaba escuchar la introducción para alegrarnos el día. La fatiga, el tedio y el cansancio pasaban a un segundo plano mientras entonábamos a voz en cuello; Si supimos vencer el olvido / soportando un ocaso tenaz / -Cuanta verdad encierran estos dos versos- Evitemos que en estos instantes / el progreso nos pueda cegar -Y qué acertada advertencia nos hace el autor, previendo lo que se nos venía encima.-
Enseguida, con la frente muy alta, nos estrechábamos para cantar a todo pulmón que la fama de nuestros esfuerzos había cruzado la pampa y el mar, y se nos estremecía el alma cuando cantábamos Iquique, Iquique, Iquique / Eres el gran amor de nuestras vidas / mi viejo y heróico Iquique.
Nos veíamos marchando desde el puerto hasta Cavancha / Cantando, gritando / Iquique / Tu ambiente y la nobleza de tu gente / Cautivan el corazón.
Era un momento mágico, cantábamos como si nos fuera la vida en ello y nos llenábamos con una energía indescriptible que nos permitía mirar orgullosos a las autoridades del momento, mientras pasábamos frente a ellos y al monumento de Arturo Prat, sin importar el cansancio y el desorden reinante en nuestras filas. Pero en esos escasos metros eran otros los que desfilaban por nosotros, con el pecho henchido y poniendo orden al caos habitual de nuestras filas. Apenas dábamos la vuelta a la esquina al llegar a Baquedano, el desorden natural, inherente a nuestra personalidad, se volvía a hacer presente provocando el desbande general.
Luego un paseo por Baquedano y un par de vueltas a la Plaza Prat, un helado o una bebida, una visita rápida a la casa para sacarnos el uniforme del colegio y ponernos la ropa nueva, comprada especialmente para la ocasión.
Al otro día más de algún visitante se despertaba presa del pánico a las 8:10 de la mañana cuando comenzaban los cañonazos, tratando de entender que estaba pasando y mirando para todos lados. La parada militar comenzaba muy temprano en la Avenida Balmaceda, pero en el otro extremo de la ciudad estaba la verdadera diversión. Nunca faltaba el pariente, el amigo de la familia o el vecino que se conseguía las invitaciones de las pesqueras que facilitaban sus goletas para hacer el famoso paseo a la Boya de La Esmeralda, que marca el lugar exacto donde se hundiera la famosa corbeta aquél fatídico y, sin embargo, glorioso 21 de Mayo de 1879.
El muelle de pasajeros se atiborraba de gente ansiosa por subirse a los botes y pangas que los transportaban hasta las goletas ancladas en la bahía, era todo un acontecimiento, familias completas que a veces incluían guaguas y perros tratando de quedar todos juntos en el mismo bote que amenazaba con zozobrar si se subía una persona más -y se subían cinco más- incluyendo a la infaltable señora gorda que requería la ayuda de todos los que estaban cerca para no ir a dar de cabeza al agua. Embarcarse en el muelle de pasajeros si que era entretenido, hacerlo en los muelles de las pesqueras nunca tuvo la misma emoción.
Los que venían por primera vez se reconocían de inmediato, vestidos impecablemente de la cabeza a los pies, se notaba a la legua que no sabían lo que les esperaba y nos reíamos para nuestros adentros, imaginándolos absolutamente descompuestos y sucios cuando terminara el paseo, porque si bien es cierto que los tripulantes de las goletas hacen un gran esfuerzo para tenerlas impecables para esa ocasión, es una misión imposible eliminar todos los rastros del pescado y de las gaviotas que se ha ido acumulando durante todo un año. Sin mencionar el óxido que invade todos los rincones que puede.
La segunda parte del show –porque es todo un espectáculo- comienza cuando hay que pasarse a las goletas desde los botes o pangas haciendo el transbordo correspondiente. Los niños y las mujeres primero, los niños porque es más fácil tomarlos en brazos y pasárselos a alguien que ya se encuentra en la goleta, supongo.
Las mujeres luego porque alguien tiene que ayudarlas mientras se equilibran precariamente sobre sus tacones altos usando una sola mano para afirmarse y muchos comedidos varones ponen en peligro la estabilidad del bote porque se pelean para ayudar. La otra mano normalmente está tratando de sujetar el vestido o la falda que se vuela con el viento, dejando ver las piernas, muslos y a veces hasta los calzones de las atribuladas damas que llegan rojas de vergüenza al otro lado –no todas, por supuesto-
Se pueden escuchar silbidos, aplausos y gritos de admiración provenientes de todos lados cuando alguna afortunada dama, provista de todo aquello que se necesita, logra robarse el show para ella sola aunque sea por un momento fugaz.
Mientras los pasajeros tratan de instalarse como pueden arriba de las goletas que ciertamente no están acondicionadas para estos menesteres, los tripulantes los agasajan con bebidas, cervezas y empanadas. No faltan los incautos que vienen por primera vez y se comen hasta dos y tres empanadas que son servidas pródigamente por los comedidos tripulantes –ya te quiero ver- deben pensar algunos.
Normalmente pasa más de una hora que para algunos se hace interminable antes de que la embarcación se ponga en marcha, para ese momento más de la mitad de los pasajeros ya están medio mareados y no por efecto de la cerveza. Es habitual ver a muchos –hombres, mujeres y niños- afirmados de las barandas y vomitando por la borda las empanadas que acababan de comerse. Los camarotes no dan abasto para que todos los afectados puedan recostarse a descansar un momento, lo que es mucho, mucho peor y lo digo por experiencia propia.
Cuando llegan a la boya, las goletas, lanchas, veleros, buques de la armada e incluso kayaks se ponen alrededor de ella y se realiza una breve ceremonia, en que se arrojan ramos y coronas de flores al agua, la ceremonia es tan corta que muchos ni siquiera se dan cuenta cuando termina.
A continuación y dependiendo del ánimo de los tripulantes y la disposición de los administradores de la pesquera, un paseo por mar hasta Cavancha o Playa Brava que termina por rematar a los afectados por el mareo, al regreso, la última parte del show que implica bajar a tierra. Los rostros pálidos y ojerosos de muchos son la indicación segura de que no van a volver el próximo año. Un capítulo aparte son los que no se marean durante el paseo, sino cuando bajan a tierra, mareo de tierra le llaman y me imagino que debe ser tan desagradable como el otro.
Varias veces lo intenté, nunca en años seguidos, tenían que pasar un par de años para olvidarme de la desagradable experiencia y animarme a intentarlo de nuevo. Pero el malestar es superior a mí y las pastillas para el mareo en mi caso parece que me lo provocan.
Y aunque la última vez no llegué a vomitar, a pesar que no había comido nada, tuve que hacer un gran esfuerzo para no hacerlo y estaba tan concentrado tratando de controlar el mareo que no pude darme cuenta de nada ni disfrutar el paseo, de modo que hace muchos años ya, decidí no volver nunca más a la boya ni subirme a una goleta. Hasta ahora no me arrepiento de esta drástica decisión.
Pero la memoria es frágil o el llamado del mar es más fuerte y ocasionalmente me subo a un bote para irme de pesca, sabiendo de antemano lo que me va a pasar, soy tan terco –para muchas cosas- que he llegado a encontrar una técnica que evita que me maree durante todo el tiempo que quiera.
Respirar profundo y mantener la vista en un punto fijo lo más alejado posible, esa es la receta, y aunque he comprobado que la técnica funciona, he llegado a la conclusión de que es inútil, en algún momento tengo que mirar dentro del bote para buscar la carnada y si llego a tener la suerte de pescar algo, el tiempo que me demoro en sacarle el anzuelo al pescado es más que suficiente para dejarme fuera de combate.
¿Tal vez si lo hiciera más seguido?

Bautizo

Cuando tenía alrededor de nueve años, aún permanecían de pie los camarines de la playa “Balneario Bellavista”, pero definitivamente no estaban en su mejor condición, sus puertas desvencijadas indicaban que ya estaban allí mucho antes de que yo naciera. Construídos tal vez durante el apogeo de los años locos, pocos deben recordar su data exacta. Quizás revisando minuciosamente las sucesivas ediciones del “Chumbeque a la Zofri” pueda encontrar la respuesta, pero no es algo que me quite el sueño.
Supongo que son muchos los que ya se habían olvidado de los famosos camarines de Bellavista que le daban un toque pintoresco y especial a la playa, la inocencia de mi visión infantil no quiso que me enterara de los usos alternativos –especialmente de noche- que deben haber tenido las mentadas casuchas antes que las barrieran del paisaje. Debe haber sido el motel de moda durante un buen tiempo, más barato que la residencial José Luis o El Venecia y mucho, pero mucho más discreto.
Yo también los habría olvidado si no fuera por la Cocha Resbaladero en Pica. La primera vez que caminé por el entablado de acceso a los antiguos camarines de la cocha a finales de los 70, me invadió una sensación de Deja Vu tan grande, que mi mente se afanó buscando en los frágiles arcanos de mi memoria hasta encontrar el origen, que provenía de la similitud de los camarines con otros que había visto en mi niñez, allá en Iquique, en Bellavista.
Sus puertas en hilera -en las que había que apoyarse para mantenerlas cerradas mientras uno se cambiaba ropa- El olor a humedad tal vez, quien sabe, son tan extrañas las asociaciones que hace nuestra mente, que de alguna manera, en mi recuerdo han quedado ligadas indeleblemente la Cocha de Pica con la Playa Bellavista.
Son miles los que jamás los conocieron y al pasar por esa pequeñísima playa rodeada de roqueríos, jamás se imaginarían lo importante que pudo llegar a ser en algún momento del pasado memorable del puerto. Ni siquiera Cavancha tenía camarines en esos años, tuvieron que pasar algunos más para que a alguien -el loco Soria supongo- Se le ocurriera poner las duchas y camarines de Cavancha que, debemos reconocer, tuvieron muy poco éxito. El diseño quizás era demasiado innovador y vanguardista para nuestras costumbres tan conservadoras.
Alguien me dijo alguna vez que la estructura representaba la concha de un ostión o de una almeja, pero vaya uno a saber lo que estaba pensando el arquitecto cuando hizo los planos, porque el tipo debe haber conocido solo las almejas en conserva y al diseñar el techo no se le ocurrió nada mejor que imitar la tapa abierta de un tarro.
Recuerdo haber entrado alguna vez, a curiosear mas que nada porque nos ibamos en traje de baño desde la casa y así mismo nos devolvíamos, si de orinar se trataba, no nos hacíamos problemas, el mar es bien grande, y si uno no se quiere mojar, ahí mismo no más, tirado de guata sobre la arena el húmedo crimen pasa desapercibido, así que realmente no eran muchos los que lo usaban. Pero el invierno hizo estragos en los flamantes baños de Cavancha, no el clima en realidad, sino los vándalos y la gente de mal vivir ¿? que durante esa temporada hizo de todo en ellos. Al verano siguiente, el mal olor no se les quitó con nada.
Antes de Cavancha y la adolescencia que nos llevó hasta allá siguiendo esos cuerpos contorneados y dorados por el sol que despertaban nuestros más bajos instintos, acostumbrábamos a ir a Bellavista, con mi hermano mayor y los amigos del barrio, a refrescarnos durante los calurosos meses de verano, nos ibamos caminando a pata pelada y con el puro traje de baño y una polera por vestimenta, ni siquiera llevábamos toalla ¿Para qué, si bastaba tirarse en la arena entrañablemente limpia y deliciosamente suave para secarse? La playa todavía no era invadida por los enjambres de vendedores ambulantes que vemos actualmente vendiendo helados de agua y de leche, berlines, bebidas en lata, pan amasado, papas fritas, corbatitas –ya no se llaman calzones rotos- y todo lo que la ley de la oferta y la demanda determinen hoy por hoy.
De esos remotos tiempos, sólo alcanzo a recordar bien a tres vendedores en las playas, los que pasaban una sola vez por cada sitio, en un largo recorrido que posiblemente terminaba en Buque Varado en ese entonces. La señora de los helados cuyo nombre desafortunadamente ya no recuerdo (Berta, tal vez) Pequeña, morena y menuda, de pelo negro rizado y que debe haber nacido con la caja de plumavit amarrada al hombro, porque, aunque vivía cerca de mi casa, sinceramente no recuerdo haberla visto alguna vez sin su caja colgada al hombro o luciendo orgullosa una sonrisa pronta y generosa a la que le faltaban algunos dientes.
Otro singular personaje que vendía bolsas de barquillos, fresquitos y crujientes, tan recién hechos que se deshacían solos en la boca. Puedo imaginármelo preparando sus barquillos durante las mañanas para salir a venderlos en la tarde ¿Cuál era la magia que los mantenía siempre tibios? Posiblemente el curioso recipiente cilíndrico que llevaba colgado a su espalda y que lo caracterizaba.
No puedo dejar de mencionar al ¿Qué te pasó en Victoria? ofreciendo: ¡Pan de Le-che-ee!
Y la famosa respuesta a quién se atreviera a gritarle un sobrenombre que aún llevaba como estigma de algo ocurrido hacía tantos años que solo él debe haber recordado y que habría olvidado completamente si no fuera porque no faltaba quien gritara a su paso: ¿Qué te pasó en Victoria? -en la impunidad de la multitud- ¡Lo mismo que a tu hermana conchetumadre! -nacía automática la frase por todos conocida- Casi con el mismo tono de voz con que pregonaba el contenido de su canasto y sin el menor asomo de pudor ante las damas que pudieran estar presentes.
En ese tiempo no sabíamos nadar y nos metíamos hasta que el agua nos llegara a la cintura. No existía la piscina Godoy y menos las clases de natación. Los que sabían nadar habían sido instruídos por sus padres, familiares o amigos más grandes. Esta obligada instrucción consistía básicamente en saber flotar adecuadamente para mantener la cabeza fuera del agua y no meterse muy adentro, especialmente después de comer para evitar los peligrosos calambres de estómago.
Había una roca al medio de la poza que nos permitía hacer piqueros, bombas y darnos guatazos de lo lindo cuando la mar estaba de llena (con marea alta), pero con la baja era imposible porque el agua no nos llegaba ni a las rodillas, los roqueríos a los costados de la playa un poco mas adentro la reemplazaban perfectamente bien, pero solo cuando estaba de baja, con la llena, el agua nos tapaba así que volvíamos a la roca central siguiendo los humores de la marea.
Aprender a nadar era un hito insoslayable en nuestro camino hacia la adultez, somos hijos del mar y vivimos rodeados de él, debemos nadar tal como los pájaros deben volar, esa era la consigna que prevalecía en esos días, tal como ahora hay que saber usar un joystick o los controles del Nintendo y el Playstation.
¿Cómo no recordar la insistencia con que le pedía al Tuta, cinco o seis años mayor que yo, que me enseñara a nadar? hasta que al final accedió y durante una de esas breves caminatas, en nuestro trayecto hacia la playa, mientras tratábamos de no quemarnos mucho las plantas de los pies y saltábamos o corríamos cazando las sombras de las cornisas, postes y vehículos para evitar el abrasador suelo, el Tuta me enseñó los secretos de la natación. En casos extremos nos sacábamos la polera y la arrojábamos al suelo para posar, aunque fuera por par de minutos, nuestros más que maltratados pies.
Lección uno: Mantener la cabeza fuera del agua para poder respirar regularmente, eso era lo más importante.
Lección número dos: El cuerpo nunca se hunde completamente en el agua si tienes un poco de aire en los pulmones, incluso aunque uno se quede completamente quieto, ese es el verdadero secreto que permite que cualquiera pueda flotar, e incluso dormir de espaldas en el agua y
Lección número tres: Mover los brazos y las piernas coordinadamente ayuda a equilibrar el cuerpo para mantener la verticalidad y la cabeza arriba.
Saber todo lo anterior es primordial para poder nadar, sin importar el lugar o el estilo que será utilizado.
Caminé sintiéndome el pato del silabario el resto del trayecto, conocedor de los secretos más íntimos del arte de la natación y diciéndome a mí mismo que esta vez sí iba a lograrlo. Si hubiera sabido antes estas cosas, habría aprendido a nadar hace mucho tiempo. El Tuta era mi héroe, mi maestro, mi gurú, mi guía espiritual y mi sensei y yo estaba radiante.
Cuando pasamos por la calle Souper no paraba de hacerle preguntas a mi mentor, a las que respondía con una paciencia infinita repitiéndome una y otra vez que no me preocupara tanto, total; “la mierda flota”. No hallaba la hora de llegar para aplicar mis recién adquiridos conocimientos.
Al pasar junto a la plaza que daba frente al regimiento, cuyo nombre definitivamente no recuerdo a pesar de haberlo leído cientos de veces en el letrero que tenía en su puerta, pero que estaba a un costado de la playa en aquél tiempo, ya me había sacado la polera, así que la tiré donde cayera sobre la arena y me fui derechito al agua mientras el Tuta me seguía.
Teóricamente el asunto era bastante simple y no debería tener ningún problema, pero en la medida que me adentraba en el agua surgían las dudas y los temores que mantienen a raya los peligros que suelen acecharnos. Comencé a dudar del asunto cuando el agua me llegaba más arriba de la cintura, el Tuta tomó la iniciativa para animarme a seguir adelante dándome el ejemplo.
Cuando el agua ya me llegaba al pecho, una ola me cubrió completamente obligándome a manotear desesperadamente al sentir que perdía el piso bajo mis pies. La misma ola me hizo retroceder un poco y al recogerse el mar recuperé con alivio el piso perdido, inmediatamente perdí el interés por aprender a nadar y caminé presuroso en busca de la seguridad de la orilla.
Estaba visto que no iba a aprender a nadar de esa forma tan artesanal y rudimentaria. Mientras el Tuta me recriminaba mi falta de hombría, yo comenzaba a dudar de la simplicidad del asunto. En eso estábamos cuando se le ocurrió señalarme a los bañistas que jugaban en el fondo, cruzando de lado a lado el angosto canal que formaba la playa, y repitiéndome lo fácil que era todo eso. Pero yo no estaba dispuesto a dejarme convencer tan facilmente que todo el asunto fuera tan simple como él insistía.
Me sugirió que fueramos a ver a los bañistas desde más cerca para poder apreciar mejor la técnica, nos fuimos caminando por los roqueríos del costado izquierdo de la playa, cruzamos una pasada de agua que nos llegaba a los tobillos y que convertía al roquerío en una especie de isla cuando llegaba la llena. Al llegar pude apreciar de cerca las diferentes técnicas utilizadas por los allí reunidos que nadaban de todas las formas imaginables, a lo perrito, estilo libre, de espaldas, de frente, de costado y algunas formas inventadas por ellos mismos. Lo importante era mantener la cabeza fuera del agua, o sacarla regularmente para respirar, así de simple.
Al ver la facilidad con que todos nadaban, me dejé convencer nuevamente por el Tuta y allí parado en la orilla de las rocas estaba dispuesto a volver a la playa para intentarlo de nuevo cuando sentí el empujón en mi espalda. No alcancé a terminar el garabato que acudió presuroso a mi boca, sentí el frío repentino que invadió mi cuerpo mientras me hundía en el agua, al mismo tiempo, la desesperación invadió mis ideas y comenzé a mover desesperadamente brazos y piernas hasta lograr sacar la cabeza del agua.
¡Acuérdate de lo que te enseñé! –Gritaba el Tuta desde las rocas entusiasmado y con la cara llena de risa, sin ninguna preocupación por mi seguridad, mientras yo aleteaba conmocionado en medio de la poza tratando de conservar la cabeza fuera del agua-
El asomo de pánico que me invadió en una primera instancia se esfumó casi enseguida porque estaba seguro de que ni el Tuta ni los mayores que estaban allí iban a dejar que me ahogara.
Tragué cientos de litros de agua salada antes de darme cuenta muy sorprendido de que ¡Estaba flotando! ¡Realmente estaba flotando! Estaba solo y flotando en el agua y eso no era todo.
A los pocos minutos ya estaba nadando, a lo perrito asustado, pero nadando al fin y al cabo mientras seguía las instrucciones que mi héroe me daba desde la seguridad que ofrecían los roqueríos al costado de la poza.
Al finalizar la tarde, el brillo de felicidad de mis ojos podría haber servido de faro para los navegantes del océano Pacífico. Me sentía tan grande que no sabía como iba a cruzar la estrecha puerta de mi casa cuando llegara a contarle a todo el mundo mi última hazaña.
Las hallullas calientitas que comprámos esa tarde donde “Castillo, el Capo del Bocadillo” tenían un sabor más que especial, me sentía distinto, casi gigante mientras caminábamos de regreso. Había superado una etapa más, estaba bautizado en la “Doctrina Acuática”.

Primera Impresión

La angustia, el temor y la perplejidad aún no eran parte de su vocabulario, ni siquiera podía equilibrarse en sus pies y de pronto estaba allí, casi sin saber cómo, enfrentado a esa inconcebible inmensidad, a ese monstruo terrible que rugía incesantemente echando espuma por sus fauces feroces y que devoraba sin piedad a quienes se atrevían a enfrentarlo.
¿Cómo no romper en llanto?
¿Cómo no gritar con toda la fuerza de su alma, para expulsar el temor que irrumpía en su pequeño corazón acongojado?
Todo había pasado demasiado aprisa, se sintió arrebatado abruptamente de su pequeño y seguro mundo mientras todavía soñaba. Jugaba con colores maravillosos que se deshacían en sus manos, se fundían entre sus dedos y nacían otros fascinantes colores que llenaban su campo visual. Aún adormilado y con la cara cubierta, no pudo ver casi nada antes de aquel horror indescriptible, aquél horror gigante y poderoso que le hizo sentir por primera vez lo pequeño e insignificante que era, la nada misma, una partícula infinitesimal dentro de un universo pletórico de constelaciones y galaxias.
Durante el corto viaje, mientras escuchaba la melodiosa voz de su madre que lo cobijaba entre sus brazos no importaba nada, ni el movimiento, ni el ruido del tráfico, la maravillosa y dulce voz se amplificaba en su mente, acaparaba sus sentidos y lo envolvía en un arrollador y delicado velo.
Otras voces conocidas que reían a su alrededor le aportaban serenidad y confianza, su padre y sus hermanos completaban el círculo de seguridad que necesitaba, pudo entonces volver a dormirse y soñar con cálidas texturas multicolores que acariciaban suavemente su piel.
No podía saber cuanto tiempo había pasado, se despertó confuso y desorientado ante la peor pesadilla que pueda uno imaginarse y solo pudo gritar, gritar con toda la fuerza de sus pequeños pulmones, tratando de captar la atención de su madre como solía hacer cada vez que sentía hambre, frío o alguna otra necesidad. Afortunadamente ella estaba cerca, corrió a su lado y lo tomó entre sus brazos, comenzó a hablarle como solía hacer aunque él no pudiera entenderla, la calma de su voz contrastaba enormemente con la situación. ¿Sería posible que su madre no hubiera visto al monstruo espeluznante que lo consternaba más allá de toda comprensión?.
Gritó aún más fuerte para advertir a su madre del peligro que los acechaba, pero la comunicación era imposible, el temor que sentía fue aplacado momentáneamente por la frustración y la rabia que lo embargaron al no poder hacerse entender. Gritó, chilló, pataleó e incluso la tomó del pelo y solo consiguió que ella lo soltara y lo dejara de lado como un bulto que se transforma en una carga inútil.
Veía impotente como su madre se alejaba inconsciente del peligro que los rodeaba, como si fuera incapaz de ver la espantosa realidad que los envolvía, y no pudo ayudarla, no pudo advertirle del peligro y el sentimiento de fracaso se sumó a todos los otros sentimientos que rebalsaban su cuerpo, transformados en ríos de sudor y torrentes de lágrimas que se confundían con las secreciones nasales que le dejaban un sabor salino y amargo al contacto con su reseca boca.
Se sintió por un momento abandonado inconmensurablemente. De espaldas al monstruo solo podía sentir como se acercaba rugiendo ferozmente hasta casi alcanzarlo, luego, una voz ronca, menos conocida pero familiar captó su atención, al mismo instante, dos manos fuertes y velludas lo alzaron como una pluma en el aire y lo elevaron casi hasta tocar el cielo.
En la seguridad de su mundo conocido habría rebalsado de felicidad imitando la risa de su padre, pero ¿cómo podría hacerlo ahora si estaba casi muerto de miedo?. El terror fue casi infinito cuando sintió que su padre lo llevaba hacia donde estaba el monstruo. Pudo ver como sus hermanos desaparecían dentro de una de las bocas inmensas mientras agitaba inútilmente brazos y piernas tratando de zafarse de una suerte similar.
Cuando todo parecía perdido, sus hermanos reaparecieron riendo y jugando entre las enormes fauces del monstruo de la baba espumante que se movía y se movía, incesantemente, en un ir y venir que le provocaba una sensación extraña que le nacía en el estómago y le subía por el pecho hasta la garganta. La potente voz de su padre llamó a sus hermanos que se acercaron corriendo, les dijo algo y volvieron a alejarse cubiertos de baba y gritando entre risas hacia las mil bocas del hambriento monstruo que rugía sin cesar.
¿Cómo era posible que sus hermanos estuvieran tan felices?. Pudo ver con espanto como se arrojaban nuevamente hacia la enorme bestia que no dejaba de moverse al compás de una coreografía caótica y apocalíptica, para reaparecer un segundo mas tarde entre gritos de alegría, un par de metros mas lejos.
De pronto se sentía enormemente cansado, respiraba con dificultad a causa de su nariz congestionada y su llanto era ahora solo un débil quejido que imploraba piedad, la angustia le oprimió el alma cuando sintió como miles de gélidas agujas le clavaban los pies, el ataque fue tan imprevisto que el grito que nació en sus entrañas se ahogó dentro de su pecho congelándole la sangre en el corazón.
Todo era tan nuevo y tan extraño, el frío y el contacto áspero bajo sus pies, su padre lo levantó en el aire y volvió a bajarlo, pero esta vez estaba preparado y la impresión no fue tan grande. Comenzaba a acostumbrarse a esta nueva sensación. Uno de sus hermanos se acercó y lo tomó con su mano húmeda y fría mientras su padre lo sostenía del otro lado. Lo balanceaban en el aire como solían hacer en sus juegos, lo nuevo era el frío que sentía cada vez que sus pies rozaban el cuerpo de un monstruo informe que ya no parecía tan terrible.
El frío y el temor fueron reemplazados paulatinamente por la excitación que le provocaba el hormigueo en el estómago y muy pronto su risa se unió a la de su padre y la de su hermano, la ausencia de temor le permitía ver todo con más detalle y sus sentidos comenzaron a trabajar nuevamente.
El aire que respiraba tenía un olor especial, nostálgico y saturado de energía, el ruido ya no era tan ensordecedor, a veces era solo un murmullo casi musical. El calor abrasador del aplastante sol de verano contrastaba con la frescura que ahora sentía en sus piernas. Su padre le pasó una mano húmeda por la cara y el sabor de las lágrimas se confundió con otro similar que le trajo recuerdos tan difusos y lejanos que no parecían de él.
Un poco mas tarde, sentado frente a su padre en la orilla de la playa, donde las olas lamen suavemente la arena dejando miles de pequeñas burbujas tornasoladas, veía por vez primera la inmensidad del océano mientras cientos de pájaros circundaban un cielo infinito. Hundió su pequeña mano en la arena mojada y supo con certeza que todo estaba bien.