Spiga

La Boya

Solo en Iquique y en Valparaíso se celebra con tanta pompa y grandiosidad el 21 de Mayo, apostaría que si le preguntamos a la gente de otras ciudades que es lo que se celebra ese día, ni siquiera la mitad acertaría en la respuesta que acude automáticamente a mi cerebro: “El Combate Naval de Iquique”.
Y es que el 21 de Mayo es toda una institución para los iquiqueños. La preparación del evento comienza más de un mes antes en todos los colegios.
¡Quieeer!... dos... tres... cuatro...
¡Quieeer!... dos... tres... cuatro...
La voz marcial del director de la banda de guerra, que además era profesor de Inglés cuando no estaba dirigiendo ensayos de desfile, tenía la ingrata misión de poner orden las casi incontrolables y serpenteantes filas y solía llegar absolutamente desgastada al día del desfile.
¡Izquierdo!... ¡Izquierdo!... ¡Izquierdo, Derecho, Izquierdo!
Aún puedo recordar al profe de Educación Física, el chato Carreño, -sí ese mismo- hermano del conocido futbolista, mientras gritaba a todo pulmón, recordando sus días de conscripto tal vez y tratando de desquitarse con alguien por lo mal que lo debe haber pasado en su momento ya que probablemente era el más chico del batallón y víctima regular de los cabos que no alcanzaban a tomar desayuno.
¡Tomar distancia!... ¡De frente!... ¡Maaaar!
Y no faltaba el desubicado que intentaba ponerse “de frente al mar”, o aquellos otros que nunca sabían distinguir entre la derecha y la izquierda y más de algún arrítmico incapaz de seguir el paso aunque le pusieran el bombo en la oreja.
Horas y horas de ensayo en el patio del colegio o en las calles cercanas cuando el patio no era suficientemente grande. El exceso de celo de los organizadores nos hacía estar a las 8:00 de la mañana del día 20 en nuestros respectivos colegios y a las 9:00 en la ubicación asignada para escuchar -o tratar de escuchar- las diferentes alocuciones referidas al heroísmo de Arturo Prat y a la grandeza de marinos como Carlos Condell, el grumete Riquelme o el sargento Aldea. Los discursos parecían repetirse todos los años y parecían cada vez mas aburridos.
Cantar los mismos desabridos himnos de siempre con el inevitable desgano que produce el repetirlos una y otra vez, y luego esperar estoicamente bajo ese sol tan nuestro, durante largas horas el momento para desfilar frente a las autoridades de turno. Durante los discursos y la latosa espera, no faltaban los que se desmayaban producto del calor provocado por el sol que aparecía invariablemente todos los años, sin importarle que fuera invierno, para observar con curiosidad lo que hacíamos. Otros se desmayaban simplemente de fatiga por no tomar desayuno o para sacar la vuelta.
Pero, en honor a la verdad, no todos los himnos que cantábamos eran desabridos, el himno a Iquique es un caso especial de inspiración musical y poética, bastaba escuchar la introducción para alegrarnos el día. La fatiga, el tedio y el cansancio pasaban a un segundo plano mientras entonábamos a voz en cuello; Si supimos vencer el olvido / soportando un ocaso tenaz / -Cuanta verdad encierran estos dos versos- Evitemos que en estos instantes / el progreso nos pueda cegar -Y qué acertada advertencia nos hace el autor, previendo lo que se nos venía encima.-
Enseguida, con la frente muy alta, nos estrechábamos para cantar a todo pulmón que la fama de nuestros esfuerzos había cruzado la pampa y el mar, y se nos estremecía el alma cuando cantábamos Iquique, Iquique, Iquique / Eres el gran amor de nuestras vidas / mi viejo y heróico Iquique.
Nos veíamos marchando desde el puerto hasta Cavancha / Cantando, gritando / Iquique / Tu ambiente y la nobleza de tu gente / Cautivan el corazón.
Era un momento mágico, cantábamos como si nos fuera la vida en ello y nos llenábamos con una energía indescriptible que nos permitía mirar orgullosos a las autoridades del momento, mientras pasábamos frente a ellos y al monumento de Arturo Prat, sin importar el cansancio y el desorden reinante en nuestras filas. Pero en esos escasos metros eran otros los que desfilaban por nosotros, con el pecho henchido y poniendo orden al caos habitual de nuestras filas. Apenas dábamos la vuelta a la esquina al llegar a Baquedano, el desorden natural, inherente a nuestra personalidad, se volvía a hacer presente provocando el desbande general.
Luego un paseo por Baquedano y un par de vueltas a la Plaza Prat, un helado o una bebida, una visita rápida a la casa para sacarnos el uniforme del colegio y ponernos la ropa nueva, comprada especialmente para la ocasión.
Al otro día más de algún visitante se despertaba presa del pánico a las 8:10 de la mañana cuando comenzaban los cañonazos, tratando de entender que estaba pasando y mirando para todos lados. La parada militar comenzaba muy temprano en la Avenida Balmaceda, pero en el otro extremo de la ciudad estaba la verdadera diversión. Nunca faltaba el pariente, el amigo de la familia o el vecino que se conseguía las invitaciones de las pesqueras que facilitaban sus goletas para hacer el famoso paseo a la Boya de La Esmeralda, que marca el lugar exacto donde se hundiera la famosa corbeta aquél fatídico y, sin embargo, glorioso 21 de Mayo de 1879.
El muelle de pasajeros se atiborraba de gente ansiosa por subirse a los botes y pangas que los transportaban hasta las goletas ancladas en la bahía, era todo un acontecimiento, familias completas que a veces incluían guaguas y perros tratando de quedar todos juntos en el mismo bote que amenazaba con zozobrar si se subía una persona más -y se subían cinco más- incluyendo a la infaltable señora gorda que requería la ayuda de todos los que estaban cerca para no ir a dar de cabeza al agua. Embarcarse en el muelle de pasajeros si que era entretenido, hacerlo en los muelles de las pesqueras nunca tuvo la misma emoción.
Los que venían por primera vez se reconocían de inmediato, vestidos impecablemente de la cabeza a los pies, se notaba a la legua que no sabían lo que les esperaba y nos reíamos para nuestros adentros, imaginándolos absolutamente descompuestos y sucios cuando terminara el paseo, porque si bien es cierto que los tripulantes de las goletas hacen un gran esfuerzo para tenerlas impecables para esa ocasión, es una misión imposible eliminar todos los rastros del pescado y de las gaviotas que se ha ido acumulando durante todo un año. Sin mencionar el óxido que invade todos los rincones que puede.
La segunda parte del show –porque es todo un espectáculo- comienza cuando hay que pasarse a las goletas desde los botes o pangas haciendo el transbordo correspondiente. Los niños y las mujeres primero, los niños porque es más fácil tomarlos en brazos y pasárselos a alguien que ya se encuentra en la goleta, supongo.
Las mujeres luego porque alguien tiene que ayudarlas mientras se equilibran precariamente sobre sus tacones altos usando una sola mano para afirmarse y muchos comedidos varones ponen en peligro la estabilidad del bote porque se pelean para ayudar. La otra mano normalmente está tratando de sujetar el vestido o la falda que se vuela con el viento, dejando ver las piernas, muslos y a veces hasta los calzones de las atribuladas damas que llegan rojas de vergüenza al otro lado –no todas, por supuesto-
Se pueden escuchar silbidos, aplausos y gritos de admiración provenientes de todos lados cuando alguna afortunada dama, provista de todo aquello que se necesita, logra robarse el show para ella sola aunque sea por un momento fugaz.
Mientras los pasajeros tratan de instalarse como pueden arriba de las goletas que ciertamente no están acondicionadas para estos menesteres, los tripulantes los agasajan con bebidas, cervezas y empanadas. No faltan los incautos que vienen por primera vez y se comen hasta dos y tres empanadas que son servidas pródigamente por los comedidos tripulantes –ya te quiero ver- deben pensar algunos.
Normalmente pasa más de una hora que para algunos se hace interminable antes de que la embarcación se ponga en marcha, para ese momento más de la mitad de los pasajeros ya están medio mareados y no por efecto de la cerveza. Es habitual ver a muchos –hombres, mujeres y niños- afirmados de las barandas y vomitando por la borda las empanadas que acababan de comerse. Los camarotes no dan abasto para que todos los afectados puedan recostarse a descansar un momento, lo que es mucho, mucho peor y lo digo por experiencia propia.
Cuando llegan a la boya, las goletas, lanchas, veleros, buques de la armada e incluso kayaks se ponen alrededor de ella y se realiza una breve ceremonia, en que se arrojan ramos y coronas de flores al agua, la ceremonia es tan corta que muchos ni siquiera se dan cuenta cuando termina.
A continuación y dependiendo del ánimo de los tripulantes y la disposición de los administradores de la pesquera, un paseo por mar hasta Cavancha o Playa Brava que termina por rematar a los afectados por el mareo, al regreso, la última parte del show que implica bajar a tierra. Los rostros pálidos y ojerosos de muchos son la indicación segura de que no van a volver el próximo año. Un capítulo aparte son los que no se marean durante el paseo, sino cuando bajan a tierra, mareo de tierra le llaman y me imagino que debe ser tan desagradable como el otro.
Varias veces lo intenté, nunca en años seguidos, tenían que pasar un par de años para olvidarme de la desagradable experiencia y animarme a intentarlo de nuevo. Pero el malestar es superior a mí y las pastillas para el mareo en mi caso parece que me lo provocan.
Y aunque la última vez no llegué a vomitar, a pesar que no había comido nada, tuve que hacer un gran esfuerzo para no hacerlo y estaba tan concentrado tratando de controlar el mareo que no pude darme cuenta de nada ni disfrutar el paseo, de modo que hace muchos años ya, decidí no volver nunca más a la boya ni subirme a una goleta. Hasta ahora no me arrepiento de esta drástica decisión.
Pero la memoria es frágil o el llamado del mar es más fuerte y ocasionalmente me subo a un bote para irme de pesca, sabiendo de antemano lo que me va a pasar, soy tan terco –para muchas cosas- que he llegado a encontrar una técnica que evita que me maree durante todo el tiempo que quiera.
Respirar profundo y mantener la vista en un punto fijo lo más alejado posible, esa es la receta, y aunque he comprobado que la técnica funciona, he llegado a la conclusión de que es inútil, en algún momento tengo que mirar dentro del bote para buscar la carnada y si llego a tener la suerte de pescar algo, el tiempo que me demoro en sacarle el anzuelo al pescado es más que suficiente para dejarme fuera de combate.
¿Tal vez si lo hiciera más seguido?

1 comments:

Patty Red

10 de mayo de 2007, 11:31 p. m.

QUE BUEN RELATO¡¡¡ UFF ME ACORDE CUANDO CHICA
Y LLEGABA EL 21 DE MAYO DESFILE TODA LA MAÑAN PARADA, DESPUES EL MUELLE
QUE BUENA¡¡¡