Spiga

Volando alto (2a. parte)


Colapso y descenso


El frenesí que siguió al despegue de Hernán y Xavier era inevitable. Todos nos apresuramos a sacar nuestros equipos de las mochilas y a vestirnos lo más rápidamente que pudimos. Volvió el viento y Frank seguía con problemas para despegar en el biplaza que se le iba para todos lados, hasta que su pasajero (la hija de Max creo) comenzó a asustarse y decidió desistir del intento, así que Pelao iba a ser su nuevo pasajero.
Yo intenté un par de veces levantar la vela, pero cuando llegaba arriba, no lograba estabilizarla lo suficiente para darme la vuelta y plantar el vuelo. Se me iba hacia un lado, luego hacia el otro, se plegaba de alguno de los lados, y hasta un colapso frontal tuve cuando estaba listo para darme la vuelta.


En esas escuchó al Lulo gritar:
-¡Guarda abajo, que aquí voy yo!- mientras pasaba a unos centímetros de mi cabeza. Giré para verlo mejor y me sonreí al ver la bandera chilena que flameaba bajo la silla con una piedra como lastre para mantenerla en la posición correspondiente.
-¡Güena viejo Lulo!- gritó Canito.
-¡Así se hace Lulo!- gritó alguién más, cuando sucedió lo que todos temíamos en el fondo.
El lado izquierdo de la vela se plegó casi totalmente, provocando el inicio de un desagradable giro en esa dirección. El Lulo todavía estaba muy cerca del cerro, así que le pegó un desesperado tirón a los mandos para revertir la situación. La baja presión le jugó una mala pasada, porque cuando se infló el lado izquierdo de la vela, se inició un moviento pendular que terminó con la vela plegándose del lado derecho. Otro tirón más a los mandos en la otra dirección, y apenas se infla la vela, el Lulo suelta los mandos para darle velocidad y alejarse del cerro lo más rápido que pueda hacia la zona más segura (lejos del suelo). La brusca aceleración se conjugó con el viento rotoreado que había a esa altura y que nosotros en tierra no percibíamos y la vela se plego frontalmente. El viejo hizo un par de intentos de última hora para corregir la situación, pero estaba muy bajo. Logró inflar la vela, pero uno de los lados estaba terriblemente acorbatado por las líneas de sustentación y lo ví desaparecer de mi vista en dirección al suelo a velocidad de parachutaje, comenzando un giro descontrolado.
Nadie lo vió...
Todos sentimos el golpe.
La rabia y la impotencia se apoderaron de mí y golpée furiosamente el suelo con mi puño. Y con esa actitud fatalista tan típica entre mis compatriotas, me dije algo así como:
-¡Sabía que esta huevá iba a pasar!- Frank vió mi gesto y me miró a los ojos con el rostro blanco como el papel y la expresión desfigurada por su boca abierta. Expresando lo que su boca no lograba pronunciar:
-¡La mansa cagaíta!...
El primero que salió del trance fue Canito, que se desprendió de la silla de su parapente y comenzó a correr cerro abajo dando tumbos y cayéndose entre las espinas más de una vez.
Cuando llegó donde se encontraba el viejo Lulo, lo encontró hecho un verdadero “lulo”, entre las líneas y la tela de su parapente. El viejo estaba inmóvil y Canito dió un par de vueltas a su alrededor sin poder creerlo.
-Te mataste viejo culiao- le dijo al viejo entre lágrimas. El sentimiento era muy verdadero, Canito es el “hijo-monstruo” personal del viejo, que siempre dice en relación al primero; “He criado un monstruo” . Lo cierto es que se quieren un montón y siempre andan haciendo cagadas juntos.
Canito siguió dando vueltas alrededor del viejo, sin atreverse a tocar al viejo que yacía inconciente en el suelo. Casi un minuto después, Canito escucha la voz del muerto que le hablaba desde el más allá y le decía:
-Todavía no me muero pendejo de mierda, ayúdame a sacarme estas huevás de encima- Canito debe haber abierto los ojos como platos mientras le decía cariñosamente:
-Tai vivo viejo culiao!- sin poder creer de la que se salvó el viejo.
En ese momento llegó Pelao que se tomó su tiempo para bajar la peligrosa pendiente, y tal vez por el hecho de que no tenía un lazo tan personal como Canito con el viejo, tuvo más presencia de ánimo como para tomar la radio e informarnos al resto que el viejo estaba vivo y consciente. Pero que estaba en una especie de shock.
A todos nos volvió el alma al cuerpo, pero nos invadió una preocupación mayor inmediatamente, ¿En que condiciones está el viejo? Y empezaron todos los que tenían radio a acosar a Pelao con preguntas, acerca de donde se golpeó, si le duele algo, que por favor no lo muevan, que no le saquen el casco ni nada, que esperen a los bomberos que ya están subiendo el cerro.
Casi nadie esperaba helicópteros ni nada parecido y nos preguntábamos como iban a llegar los bomberos. Quince minutos más tarde, cuando comenzaron a llegar los rescatistas a un lugar que nos tomó casi una hora en subir a lomo de mula, todos nos sorprendimos. La agilidad y la fortaleza de los rescatistas nos dejó sin habla. Subieron, mejor dicho, escalaron el cerro por la pendiente para acortar camino y evidentemente estaban acostumbrados a hacer ejercicios similares, porque todos nosostros estábamos medio apunados y ellos estaban como tuna. Claro que todos tenían menos de 20 años de edad y se les notaba enormemente la falta de experiencia, pero lo hacían de vocación y hay que ver que eso cuenta.
Yo también bajé a ayudar a Pelao y Canito, con una cabeza más fría que los pendejos, porque Frank trataba de calmar a la Carolina que tenía un escándalo del porte de un buque por la radio, ya que no había helicóptero. Max no servía de mucho con su pata de yeso plástico y el gringo no entendía nada.

Comencé a interrogar al viejo, para averiguar la magnitud de sus golpes.
-No sé, negrito, pero puta que me duele el culo-
-¿Caíste sentao?-
-No sé, en un rato venía de cabeza y la piedra de mierda se balanceaba pa’ todos lados- y yo me armaba de paciencia.
-¿Pero que te duele? ¿La cabeza? ¿El cuello? ¿Las costillas? ¿La espalda? ¿Las piernas?
-La espalda me duele... y las piernas... no las siento- y su voz parecía desvanecerse.
Cierro los ojos y el Lulo me imita. Abro los ojos, pero el Lulo sigue con los suyos cerrados.
-Lulo, ¡Lulo!- pero el Lulo no me escucha.
-¡Lulo!, despierta- le digo mientras lo cacheteo suavemente en las mejillas y recién me doy cuenta de que el viejo estaba sin casco. Alguno de los pendejos lo había ayudado a sacarse el casco. Menos mal que no tenía una fractura en el cuello.
-¡Lulo!- me desespero un poco y lo golpeo más fuerte.
-¿Qué? ¿Qué pasa?- balbucea el viejo que vuelve en sí.
-No te vayai pu’ viejo, quédate con nosotros- lo animo. –Ya vienen a ayudarte.
Y seguía hablándole para mantenerlo conciente.
-¿Qué te pasó Lulo?- El viejo abre bien los ojos, me mira como si recién me viera y me dice con su sarcasmo característico.
-Me saqué la cresta ¿Qué no viste acaso?- trato de mantener la compostura y sigo conversándole.
-Hablo de la vela, viejo, no te pongai pesao- el viejo entorna los ojos.
-No sé, se volvió loca... se me plegó un lado, despues el otro... se me fue en frontal y después vi pasar unos árboles hacia arriba.
-Arbustos, viejo. Unas mierdas de arbustos con espinas.
-Se me deben haber clavado en el culo, porque puta que me duele...- y volvió a desmayarse.
Volví a golpearlo con poca convicción, con el temor inconsciente de que el viejo me podía filetear con su corvo, pegarme un par de cortes con alguna de sus katanas y asarme al palo cuando quisiera si le pegaba muy fuerte.
Se desmayó un par de veces más mientras tratábamos de sacarlo de la maraña formada por las líneas de suspensión. El viejo reclamó todo lo que pudo cuando procedimos a cortar algunas líneas de su parapene porque nos complicaban el procedimiento. El Canito que ya se había recuperado de la impresión trataba de animar al viejo diciéndole que ibamos a tener que cortar las correas de la silla para poder sacarlo.
-¡La silla no! Que está nueva- suplicaba el viejo y el Canito se cagaba de la risa, pero de los puros nervios.
Bajar al viejo del cerro fue una odisea. El médico no podía subir porque le tenía fobia a las mulas y a los caballos y padecía de vértigo de altura y tuvimos que bajar al viejo a pulso entre los bomberos que habían llegado con la camilla, Canito, Pelao y yo que estaba a punto de desmayarme por efecto del esfuerzo. Los brotes de pasto eran una trampa mortal, cuando los pisábamos nos hacían resbalar y alguno de los bomberos nos instruía:
-Si se resbalan, ¡Suelten la camilla!.
-¡No me suelten!- gritaba el Lulo, y se desmayaba de nuevo. Parábamos un poco y yo volvía a cachetear al Lulo con más ímpetu cada vez.
A un cuarto del camino no podía más, estaba a punto de desmayarme. La carrera hacia abajo había sido una locura. Mis botas respalaban apenas me apoyaba en una brizna de pasto, soltaba la camilla, me caía, me golpeaba y me volvía a parar. Admiraba a los bomberos que se aferraban al engañoso piso como si llevaran orugas en los bototos. Boqueaba fuera de control y el oxígeno me seguía faltando. Me retrasé un par de metros para recuperar aire y un bombero se quedó conmigo para ayudarme con la mejor de sus intenciones.
¡Ayúdalo a él huevón! Yo estoy bien- mientras trataba de aspirar un millón de metros cúbicos de aire para ver si podía sacar una molécula de oxígeno.
¡Muévete huevón, déjame, si estoy bien!- me desquitaba con el pobre cabro, de la pura impotencia, mientras veía chispitas y puntos negros.
Unos segundos más tarde, de puro pensar que el único que se atrevía a pegarle al viejo era yo, me inundó un torrente de adrenalina, endorfinas, reservas de THC, taninos y etanol que guardaba en alguna parte de mi cuerpo y me sentí un poco mejor, de modo que pude seguir al equipo de salvamento y alcanzarlos un poco más abajo mientras trataban de despertar al viejo que se había desmayado nuevamente.
¡Despierta viejo culiao! ¿No soi milico acaso? ¿No soi comando?- le gritaba Pelao al viejo mientras lo remecía y trataba de traerlo de vuelta.
-No me suelten- suplicaba el viejo apenas despertaba.
El más grave problema era lo abrupto del sendero que seguíamos. Estábamos todos tan pendientes de donde poníamos los pies que nos olvidábamos de vigilar al viejo que se desmayaba cada cuatro pasos. Así que le indicamos al viejo que levantara los brazos, abriera y cerrara las palmas de las manos para saber cuando teníamos que parar a reanimarlo. Nadie llevó la cuenta de cuantas veces se desmayó el viejo, pero no fueron menos de quince.
Cuando por fin llegamos a un lugar más o menos seguro donde el médico y una enfermera nos esperaban, el viejo dijo en un suspiro:
-Veo una luz... en un túnel.- y cerró los ojos.
La adrenalina que se había apoderado de mi cuerpo todavía estaba plenamente vigente así que me monté a horcajadas sobre la camilla y empecé a cachetear al viejo en un intento desesperado de traerlo de vuelta.
-¡¿Qué luz viejo culiao?!- ¡Plaf!
-¡¿Qué túnel viejo conchetumadre?!- ¡Plaff!
-¡No bajé este cerro culiao!- ¡PLAF! –¡Pa’ que te murai aquí!- ¡PLAFF!
-¡No hay ningún túnel!- ¡PLAAFF!
-¡No hay ninguna luz culiá!- ¡PLAAAFFFFF!!!!!
-¡Milico reculiao!- ¡PLAAAAAFFFFF!
-¡Comando al peo!- ¡PLAAAAAFFFFF!!!
-¡Despierta conchetumadre!- ¡PLAAAAAAAAAFFFFFFFF!!!!!!!
-¡No me peguís más huevón!- me suplicó, más que me pidió el viejo y Pelao me agarró el brazo.
-¡Ya huevón, si ya despertó! No le peguís más.
Me volví consciente de la situación y traté de relajarme un poco mientras el médico y la enfermera se hacían cargo del problema, bajo el atento y vigilante ojo de Pelao que ha visto mucha tele y me adviertió.
¡Hey, mira!, la jeringa todavía tiene aire. ¡Van a matar al viejo!.
Me acercqué y comprobé que efectivamente era cierto, la burbuja se veía a simple vista. Los nervios o el reciente espectáculo de cachetadas habían traicionado a la enfermera y no le había sacado todo el aire a la jeringa.
-Señorita- le dije con toda la amabilidad de que era capaz.
-La jeringa todavía tiene aire- Me miró con cara de pocos amigos, pero debe haber visto algún rastro de locura en mi rostro, porque se calmó enseguida y me mostró como terminaba de sacarle el aire a la jeringa antes de inyectar al lulo con algún calmante.
Ahora pienso que la actitud de la enfermera debe haber sido para que yo me quedara tranquilo y no la agarrara a cachetadas a ella supongo.
Después de estabilizar al viejo, tuvimos que bajarlo en camilla el poco de cerro que quedaba, para poder llegar hasta una camioneta 4x4 que esperaba más abajo. Lo subimos con todas las precauciones del caso y nos trasladaron hasta la posta, porque nadie se atrevió a impedirme que me subiera a la camioneta para acompañar al viejo, que a esa altura, le había entrado la paranoia de que los peruanos odiaban a los chilenos, y particularmente a los milicos chilenos. Su condición de paisa se había quedado a mitad de cerro después de que Pelao, Canito y yo le recordáramos su profesión en nuestra desesperación.
-No me dejís solo pelao- me pidió, sin saber que yo había estado a punto de fracturarle la mándibula unos momentos antes.
Cuando llegamos a la posta, estaba todo el pueblo esperándonos y gritaban:
-Lulo, Lulo, Lulo!- Animándolo de la mejor forma que podían.
Lo acomodaron en una camilla mientras yo supervisaba la operación. El médico lo examinó conmigo presente, porque tampoco se atrevió a botarme de la pequeña sala de la posta, y su informe fue lapidario.
Había que trasladarlo al hospital de Cuzco. Era muy probable que hubiera sufrido una fractura en la columna por el tipo de golpe que había recibido y era más que aconsejable que se le hicieran los exámenes pertinentes a la brevedad.
Media hora más tarde, estaba subiéndome a la “ambulancia” que nos iba a trasladar a Cuzco. Por decisión unánime del grupo yo era el más indicado, ya que la función debía continuar. Frank estaba a cargo del resto del grupo, Xavier andaba con tres lucas en el bolsillo. Los pendejos eran muy pendejos. Luis Olmos ya tenía demasiados problemas para calmar a la Carolina que todavía pateaba la perra por la falta de helicópteros y del chato Hernán ni hablar. Así que sólo quedaba yo, que ya había estado en Perú varias veces. Podía pasar por peruano si era necesario, y lo más importante: Tenía varios dólares en la billetera y una Master con cupo internacional.
-No te preocupes- me aseguró Max. –Cualquier gasto te será reembolsado por los organizadores- Mientras trataba de acomodarme en la silla que había en un extremo de la ambulancia, tratando de no pisar al viejo que hubo de ser ubicado diagonalmente porque la camilla no cabía en el vehículo.
El viejo debe haber sufrido lo insufrible en el trayecto hacia el Cuzco porque el camino era peor de lo que yo recordaba. Tenía que afirmarme de las paredes para no caerme de la silla e ir a dar sobre el viejo que se quejaba con cada salto. Cuando podía pegaba con la palma de la mano en la cabina para recordarle a los energúmenos que conducían el vehículo de que llevaban un par de pasajeros.
A medio camino al viejo le dieron ganas de mear.
-Puta viejo, ¿no te podís aguantar un poco?- faltaban como mil horas para llegar al Cuzco.
-No pelao, toi que reviento- Así que me las arreglé para parar la “ambulancia” y conseguir un recipiente donde el viejo pudiera descargarse, que resultó ser una botella de jugo, de esas plásticas de boca ancha. Porque según el viejo agrandado, ninguna otra le servía (sic).
Un par de horas más tarde, el viejo me pasa la botella medio llena y me dice:
-Bota esto pelao, ya está llena.
Tomé la botella “tibiecita” con algo de asco y la tiré por una ventana del vehículo.
-Pelao- me dice el viejo como media hora más tarde. –Pásame la botella que me dieron ganas de mear de nuevo.
-¿Qué botella viejo? Si la tiré por la ventana- le digo con alarma.
-Pero, ¿cómo?... ¿botaste la botella?.. ¿y porqué?
-Tu me dijiste- le digo, sin saber que hacer.
-Te dije que botarai el meao huevón ¡no la botella!
-Yo tiré toda la huevá por la ventana viejo culiao. Aguántate un poco que ya vamos a llegar.
Lo cierto es que el viejo se tuvo que aguantar un buen poco y me recordaba cada quince minutos lo poco solidario que había sido al tirar la botella por la ventana, pero a esa altura la adrenalina me había bajado lo suficiente como para mandarlo a la mierda y obligarlo a controlar la vejiga.
-¿Cómo no vai a poder controlar el esfínter viejo, o acaso ya no tenís “apriete”? le decía para mantener al viejo a raya mientras miraba por la ventana para ver si estábamos llegando a alguna parte donde conseguir otra botella.

Llegamos al Cuzco discutiendo por culpa de la maldita botella. Deben haber sido como las 11 de la noche o tal vez un poco más. Afortunadamente estaba Gorky esperándonos para allanar el proceso y menos mal que yo andaba con algunos soles en la billetera porque había que pagar la admisión. Acomodaron al viejo en la sala de urgencias junto a un par de especímenes de lo más extraño, entre ellos un cholo serrano que al parecer se había caído a una mata de combos, que sólo hablaba quechua y transmitía en amplitud modulada, y un par de otros especímenes a punto de sufrir un coma etílico.
Tras el procedimiento, Gorky me invitó a comer a un restaurante chino que no se parecía en nada a los que yo conocí en Lima y ni siquiera en Iquique, pero el estómago manda y me recordó que lo único que me mantenía en pié era el escuálido desayuno del hotel de Andahuaylas, así que hice de tripas corazón, o al revés y me tragué lo que pude antes de irme a descansar un poco a la casa de Gorky que tuvo la amabilidad de alojarme esa noche.
De la casa de Gorky tengo vagos recuerdos. Pero el dolor que sentí cuando me saqué los bototos y logré desprenderme las medias que se me habían pegado a la piel, producto de las ampollas reventadas y la sangre reseca que me había ganado en el descenso del cerro de Curahuasi no los voy a olvidar nunca. Tenía golpes, moretones y arañazos de todo tipo en las piernas y las manos y recién tuve consciencia de que me dolía “todo”.
Me dormí como tronco durante algunas horas, hasta que desperté o alguien llamó a la puerta para despertarme. Me dí una du-du-du-cha-cha.... a-a-antes de-de- vo-vo-volver al hospital, pero tuve que volverme a poner las medias tiesas y el resto de la ropa con la que había llegado, porque todavía andaba disfrazado de parapentista y no tenía nada más que ponerme. El resto de mi equipaje había quedado en el hotel dentro de mi mochila, junto a un par de botellas de vino tinto que traje por si acaso. Porque una vez tuve la mala ocurrencia de pedir una copa de vino “de la casa” en un restaurante de Lima. No se trataba de cualquier restaurante, era el “Manos Morenas” de Barranco, pero parece que se metió alguna “mano negra” cuando hicieron el vino, porque era más malo que “El gran portón” y la versión plástica del “Bodega Uno”. Me atrevería a decir que era más malo que el “Anfitrión” de la Viña Undurraga. ¡Puajjj!
El día 28 de Julio, día nacional del Perú, me fuí tempranito a acompañar al Lulo que ya le había dicho en todos los tonos posibles a todas las personas que se le acercaron que el no era “donante de órganos”, porque al igual que Pelao, parece que tambíen ha visto mucha tele.
Llegué poco después de las nueve y entré a ver como estaba el viejo que tenía la mirada medio extraviada:

-Hola Lulito, ¿cómo estai?- cuando me escuchó hablar en chileno, volvió al planeta tierra.
-Mejor negrito, gracias-
-¿Cómo está tu espalda? ¿te duele mucho?
-No mucho, pero puta que me duele la mandíbula-
No supe que decirle a ese último comentario, pero evite cuidadosamente mencionarle por ahora el motivo de su dolor. Un poco más tarde pude acompañar al viejo en la ambulancia que nos llevó a la clínica particular que tenía un aparato de scanner para hacer los exámenes correspondientes y que quedaba como a media hora del hospital. Por suerte, no hubieron incidentes notables en el proceso, salvo la espera, porque era feriado nacional y todo andaba más lento.

Volvimos de buen ánimo al hospital con las placas del scanner que al parecer no indicaban fractura por lo que nos informaron en la clínica. Pero la voz oficial debía ser la del médico así que esperamos su juicio.
El asunto era muy delicado, pero no tanto... ¿? Al viejo se le habían comprimido un par de vértebras producto del golpe, pero no presentaba fractura. De cualquier forma era necesario inmovilizarlo para prevenir cualquier consecuancia nefasta, ya que este tipo de casos solían ser muy complicados. Lo más probable era que fuera necesario enyesarlo de la cintura hacia arriba.
-Voy a chequearlo más tarde y a consultar con el traumatólogo para ver cual es la mejor alternativa.
Y pasaron las horas. Y el médico no volvía.
El traumatólogo tampoco aparecía y era la hora de cambiarle el suero al viejo, así que una enfermera me pidió “amablemente” que esperara afuera. Caminé un par de pasos y me quedé observando a través de la puerta semiabierta como las enfermeras luchaban para encontrarle una vena al viejo. Perdí la paciencia al escuchar como se quejaba el viejo después del décimo intento y una de las enfermeras sugería utilizar las venas de los pies que eran más fáciles de detectar. Me metí a echarle la foca a las enfermeras por su ineptitud y armé una pequeña casa de putas hasta que lograron encontrarle una vena utilizable al viejo en el dorso de la mano y le pusieron el suero.
Ya había pasado la hora del almuerzo y empezaba a perder la paciencia, porque no aparecía nadie que pudiera dar la orden para enyesar al viejo y mandarlo para la casa. Se llegó la noche y me despedí del viejo con la promesa de volver temprano en la mañana.
Busqué un local con internet para enviar las noticias al resto del grupo, pero lo que me salió no era muy alentador, sólo recordaba los correos del Pelao y Canito que me dijeron que iban a estar pendientes y les hice un pequeño resumen de la situación:
La verdad es que pensaba que el asunto iba a ser tan simple como en Iquique, pero el médico hijo de meretriz que tenía que revisar el scanner del Lulo no se ha aparecido en toda la tarde, la última vez que alguien lo vio fue como a las 11 de la mañana. De más está decir que ningún otro funcionario se quiere hacer responsable de darle de alta al viejo. Encima un enfermero le terminó de meter susto al viejo, contándole historias de fantasmas curcos con vértebras aplastadas, por falta de una buena camisa de yeso. Por eso, era mucho, pero mucho mejor que se enyesara, ya que un movimiento malo o demasiado brusco y chao pescao.
...Pero mañana, porque el traumatólogo encargado del poner los yesos y el único que conoce la fórmula secreta del procedimiento, tampoco hizo su aparición hoy día.
Por otro lado me informan que existe la posibilidad de usar un corsé (faja) para restringir los movimientos de la columna, así que rebusqué entre las cosas del Lulo, hasta que encontré la faja que nos pasó el Frank, para inmovilizar al viejo durante el viaje en la “ambulancia”. Pero en cuanto se la mostré a alguien, la miró con cara de asco y dijo:
-No, esa no pues. Está usada y no le sirve- Y agregó con cierto aire de autoridad:
-Además, la otra es mejor porque la fabrican aquí mismo, pero no aquí mismo pues, sino en un hospital de niños especiales y que está llena de corsés- Se detuvo un momento para respirar, me miró con cara de circunstancias y agregó:
-Pero no creo que le puedan vender hoy pues, ¿No vé que es feriado?- Como si yo supiera de que estaba hablando. Y concluyó categórico:
-Y mañana también, así que mejor lo enyesamos no más pues- Hizo un amago de partir corriendo a preparar los materiales para el procedimiento, pero se contuvo y dijo dubitativo:
-Pero no ha llegado el doctor. Lo mandamos a buscar pues. Pero verá; lo que pasa es que la temperatura ya ha bajado mucho. Se ha hecho muy tarde y no es lo adecuado pues, porque el yeso no seca bien.
-Si lo hubiéramos hecho en la mañana para evitarnos los problemas de la temperatura que está bajando pues- Y agregó como corolario:
-¡Qué lástima que el doctor no diera la orden antes!... Si es que hubiera venido pues. Quizás viene más tarde- Y cómo si su opinión fuera concluyente terminó:
-Entonces lo enyesamos mañana no más pues “amiguito”...
Sin comentarios.
Encima, ahora yo me estoy sintiendo abandonado y nostalgico. Echo de menos mis calzoncillos y medias limpios, mi personal stereo Y LAS BOTELLAS DE VINO!!!, y mi carnet y mi pasaporte. No sé como cresta me voy a meter a un hotel hoy día sin documentos porque ni cagando me voy a la casa del Gorky de nuevo. Me cagué de frío anoche mientras trataba de dormir y luego me recagué de frío a la hora de la ducha porque la llave de color azul era del agua fría y la llave de color rojo era del agua más fría. Desayuné un yogurt y una leche de soya mas un par de panes integrales que parecian galletas como a las 10 de la mañana cerca del hospital, antes de llevar al Lulo al scanner, y ahorita son las 18.30 y todavia no almuerzo, pero me tomé un juguito como a las cuatro pa' engrupir las tripas.
He recorrido el hospital y sus alrededores no se cuantas veces y todavía no encuentro un hotel cerca. Ni siquiera hay donde cambiar dólares. Tuve que ir al centro en la tarde, porque al viejo no lo dejan tirarse un pedo si no ha pagado la tarifa correspondiente a la expulsión de ventosidades... ¡pero en soles pé!.
Y el viejo Lulo ya se siente un poco mejor, está empezando a pensar que va a tener otra historia para su anecdotario y empezó a trasmitir puras tonteras:
-¿Me voy o no me voy?- Se pregunta indeciso, luego me mira y dispara:
-¿Me enyeso o me pongo la faja? ¿Qué opinai tú?- La respuesta me sale del alma.
-No sé viejo culiao, esa es tu decisión. Además no soy médico, así que no me metai en huevadas- Casi ni me toma en cuenta y sigue:
-Pero... y si nos vamos hoy día. O mejor nos vamos mañana. ¿Y quién va a pagar la cuenta del hospital pa' que me den de alta?- Lo miro a los ojos con expresión tranquilizadora y le digo:
-Déjate de pensar huevadas Lulo. Vos no te preocupís de eso ahora- Pensando en el cupo internacional de mi tarjeta Master y en que el Max se comprometió a asumir los gastos, mientras le guardara las boletas y facturas. Y el viejo seguía en otro mundo, producto de los fármacos posiblemente:
-¿Le habran avisado a mi familia?- Se espabila un poco y me dice:
-Mándale un mail al Leo y dile que estoy bien?- Y sigue:
¿Habran avisado a Iquique?- Y yo pensando:
-Puta el viejo culiao pesao- Estoy que lo mando a la chucha y lo dejo botado aca, pero me arrepiento enseguida y empiezo a preocuparme de otras cosas.
El Gorky no me dejó el número de teléfono que me iba a dejar para "cualquier cosa", y se fue... ¡Se fue de viaje!.
Empiezo a preguntarme donde andarán los organizadores de la aventura que ya no los veo por ninguna parte.
Me doy cuenta de que estamos tirados en la cima del turismo mundial y no puedo salir a turistear porque el maldito doctor debe andar celebrando su día nacional como corresponde.
Estoy pensando seriamente en lanzarme con todo el cuerpo a la noche, aprovechando que todos celebran. El problema es que estoy más solo que el chato Hernán.
Pero primero necesito un par de calzoncillos y calcetines limpios, y curarme las ampollas de los pies, y tal vez un par de zapatos decentes, porque con los bototos que ando trayendo no me van a dejar acercarme a ninguna pista de baile.
Voy a tratar de llamar al hotel donde se está alojando el resto del grupo, por si no leen mis correos para avisar donde voy a alojarme esta noche. Espero encontrar una pieza con baño, agua caliente y TV cable por lo menos, pero las interrogantes no me dejan tranquilo mientras el Lulo sigue transmitiendo sus propias preocupaciones:
¿En que hotel estarán?
¿A quien será apropiado llamar para avisar problemas mayores?
¿Donde conseguir el número del celular del Max?
¿Habrá otra persona a quien pueda informar?
¿Le habrán avisado al Prai$$$?
¿Habrán podido volar hoy día?
¿Cómo lo habrán pasado?
¿Habrán cuidado mis cosas?
¿Y las cosas del Lulo?
Me acuerdo del par de botellas de vinito chileno que traía de contrabando en la mochila y me vuelve la pena.

Continuación...