Cada vez que paseo por el mercado y miro las ofertas del día, no puedo dejar de añorar mi niñez ¿Cómo puede ser que el pescado llegue a ser más caro que la carne?. Al vacuno hay que cuidarlo, alimentarlo, faenarlo, congelarlo y transportarlo. Llenarlo de hormonas de crecimiento y lo último en alimentos transgénicos que supongo que algún día van a llegar hasta nosotros siguiendo la cadena alimenticia.
Pero el pescado está allí, sólo hay que salir a buscarlo, el mismo mar se ocupa del trabajo de alimentarlo y proveer las condiciones adecuadas para su normal desarrollo (a pesar del gran trabajo de las sociedades anónimas en sentido contrario), entonces ¿cómo puede ser más caro que la carne? Y la respuesta me llega como una visión que me ilumina el pensamiento pero al mismo tiempo llena de oscuridad el futuro de las especies pelágicas.
Machacados, aplastados y triturados, los rechazados, que pueden incluir a niños y madres embarazadas, con sus órganos internos destrozados por los bruscos cambios de presión, no tienen ninguna posibilidad de sobrevivir, y el gesto, que podría ser visto como un acto de misericordia, en realidad no tiene nada de misericordioso, y es producto del afán de reservar el espacio de las bodegas para las especies que tengan mayor valor comercial, devolviendo al mar todo aquello que no se pueda vender fácilmente o no se pueda transformar en harina de pescado utilizada para alimentar a los cerdos del mundo, los de cuatro patas y a esa otra especie de cerdo que camina en dos patas y que se lucra de esta actividad que raya en lo criminal.
Pero los peces se han vuelto esquivos y se hace difícil encontrarlos, algunos jamás volverán a ser vistos, esto provoca esta extraña paradoja en que el kilo de la cojinova light ¿de qué otra forma se pueden llamar los pescados que ahora no miden ni la mitad de lo que medían antes? Sea más caro que el kilo de posta en un país históricamente marítimo, pero con un futuro incierto si dejamos que los tiburones de fierro sigan depredando nuestro mar.
Ya nunca más el rucio va a llegar gritando a todo pulmón, anunciando que la anchoveta se estaba varando en alguna de las playas huyendo de la mancha de jureles que la seguía tan de cerca que a veces se varaban ellos mismos, quedando a expensas de otros depredadores oportunistas; nosotros.
Pero sin duda, bastante mas curiosas son otras interrogantes ¿Qué jureles? ¿De dónde los sacan? ¿Porqué ya no lo venden en el mercado? Y la respuesta nos debería llenar de asombro, pero como estamos acostumbrados a estas situaciones, solo atinamos a reirnos cuando el Coco nos hace reflexionar al respecto y nos damos cuenta de que ya casi no hay jureles en nuestras costas, los grandes cardúmenes fueron exterminados hace varios años, los pocos que quedan han cambiado sus rutas migratorias, sufren enanismo y anorexia crónica posiblemente por la cantidad de mierda y deshechos industriales que arrojamos actualmente al mar (¡Grande Patache!) y si nos pusiéramos a reflexionar sobre el asunto podríamos ver lo retorcido de la mente del creador de la famosa etiqueta.
Veamos: Primero nos dice que su producto se asemeja al atún, es del mismo tipo, claro, si nos ponemos a compararlos vamos a llegar a la conclusión de que ambos son peces y que viven en el mar, pasa. Pero, además parece que nos miente descaradamente, diciéndonos que es Jurel, ¿acaso tienen la posibilidad de viajar hacia el pasado para pescar al ahora escurridizo pez, en las cantidades necesarias para su proceso industrial?
Otros dicen que volvió el jurel, las goletas lo están pescando de nuevo para hacer harina de pescado, pero parece que es de otra especie, una mucho, mucho más chica que la que yo conocía. Deben ser los tataratataranietos de la generación que frecuentaba esta zona hace 20 o 30 años. Según los investigadores, estos peces deben haber visto la película “El Tambor” y decidieron dejar de crecer al igual que su protagonista. Los brillantes empresarios pesqueros piensan que lo mejor es sacarlos ahora “antes de que se acaben de nuevo” y “antes que se acabe la veda; mejor” -Porque hay menos competencia me imagino-
Con la cantidad de madera, papeles y cartones que había en los alrededores, no teníamos problemas para hacer un buen fuego y cocinar nuestro pescado, le sacábamos las tripas, lo atravesábamos un palo y lo hacíamos girar sobre las llamas, un poco de sal y limón cuando podíamos. Resultado: Un festín digno de dioses como nosotros.
Al pensar todo esto, no puedo imaginarme lo delicioso que debe ser el atún recién sacado del agua al hacer la comparación con el jurel, se lo comento a alguien más y este alguien me aclara que el atún al natural es bastante desabrido, no tiene nada que ver con el jurel, que no tiene gusto a nada y que por eso lo hacen conserva, para mejorarle el sabor y que el consumidor pueda disfrutarlo como corresponde ¿? Inmediatamente surge en mi diminuto pero inquieto cerebro una duda más que razonable:
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